sábado, 26 de septiembre de 2009

Moddos pijos

¿Para qué sirve el dinero cuando ya te has comprado toda la colección de zapatos de Prada y todavía te queda saldo en la tarjeta?, ¿de qué te vale tener un fondo de armario digno de Beverly Hills si no tienes fiesta donde lucirlo y cuando sales a cenar en la mesa de al lado hay un mileurista vestido con ropa de Kiabi incapaz de apreciar la belleza de una horma diseñada por Miuccia Prada? Es más, ¿para qué te vas a poner esos zapatos si el mileurista que tienes al lado no sabe que cuestan mil euros? Y, ¿con quién vas a comentar tu último viaje a París, NY o Londres?
Para dar solución a este problema tan complejo y trascendental, un grupo de niños bien de Valencia ha montado un club para pijos, es decir, para ellos mismos. El resto de los mortales, esos mundanos preocupados por el recibo de la hipoteca, les han puesto a caer de un burro: que si son unos hijos de papá, que si con la que está cayendo cómo se les ocurre montar un club para ricachones, que si no les da vergüenza… eso los comentarios más finos. Otros dicen que tendrían que haber bombardeado la fiesta de presentación con huevos podridos. Si por ellos fuera, les hubieran puesto a collir carchofes todo el día.
Pero la verdad es que, desde que el mundo es mundo, uno de las aspiraciones de la gente bien ha sido relacionarse con la gente bien, con lo más principal de la tribu. Esa era la vieja filosofía de las sociedades estamentales del Medioevo, de los clubes británicos del XIX o de los colegios elitistas del XX. Moddos es la versión moderna del viejo club inglés. Un lugar donde reunirse con otros iguales, compartir aficiones, juegos, viajes o comentar las últimas adquisiciones patrimoniales.
Cuando Cuchita Lluch, una de las socias de Moddos, me explicó lo que iban a hacer, la primera reacción también fue de rechazo: uff, un club exclusivo para niños pijos, ¡qué mal suena! Pero…si lo piensas bien, no es más que una agrupación de la que se benefician todos: los socios, porque amplían sus relaciones sociales y profesionales; y las empresas asociadas, porque acceden a un grupo de consumidores con poder adquisitivo.
A Moddos sólo se puede acceder con invitación. Recibes una clave de acceso y te das de alta en moddos.es. Para ello, tienes que rellenar un cuestionario: estudios, lugar de trabajo y puesto en la empresa, vivienda –adosado, chalet o piso- y segunda vivienda, número de hijos, marca de coche… De ahí pasamos al capítulo de ocio: comida preferida, cuánto gastas en copas o restaurantes, deportes que practicas, destinos de viaje preferidos, cuánto dinero gastas en ropa, en joyas, en relojes, en decoración, si inviertes en cultura, en salud y belleza… Todos los socios tienen que responder a este cuestionario, aunque la información no se hace pública.
Este semana el club Moddos se presentó en sociedad. Lo hizo en una fiesta de etiqueta en el Hotel Westin. Ellas de largo, ellos con esmoquin: David Lladró, Nacho Gómez-Trenor, Isabel y José Cosme, la empresaria Mónica Duart, la arquitecta Macarena Gea, Mario Mariner jr, la interiorista Verónica Montijano, la diseñadora Trinuca Larraz; José Tamarit, de Chapeau; Angela Pla de Ruzafa Show, Encarna Roig, de Mont-Blanc; Mª Angeles Miguel, de Hermès; Marta Vilar, Ana Portaceli, Rafa Pérez Higón (Armani) y los Zamorano, los Manglano, los Maldonado, los Pechuán… En fin, todo Valencia.
Hasta el momento, Moddos tiene 500 socios. Ivan Martínez Colomer –fundador del club- dice que el objetivo es llegar a 4.000. El problema es que no hay 4.000 ricos en Valencia de entre 30 y 45 años y dispuestos a asociarse. Además, a diferencia de los clubes ingleses, Moddos no tiene una sede social, un lugar coqueto donde reunirse y organizar tardes de té o partidas de dominó, siguiendo el esquema de los clubes británicos. En su lugar, Moddos tiene una página web que es un punto de encuentro virtual, con chat y foros para debatir sobre moda, tecnología o cultura.
El drama de estos sitios es que tienden a popularizarse. El día que un tal Pérez y Pérez vaya a la cena, los niños bien se buscarán otro club privado. Hasta entonces, Moddos será un referente de la alta burguesía valenciana.

martes, 8 de septiembre de 2009

La Semana de Alex

La Semana de la Moda de Valencia –SMV- está que echa chispas, cosa absolutamente previsible a poco que se dé una ojeada a los diseñadores que van a desfilar y se compruebe que por enésima vez los pocos creadores valencianos que tienen algún renombre más allá de Massamagrell no van a desfilar. La situación venía siendo insostenible desde hace varias ediciones y sea porque ha cambiado el Conseller de Industria, o por la crisis, o por vaya usted a saber, el caso es que esta semana los grandes de la moda valencia han dicho que hasta aquí hemos llegado.
Más o menos lo que han venido a decir es que la Semana de la Moda, que pagamos todos los valencianos, es en realidad la Semana de Alex Vidal y que el modisto de la alcaldesa hace lo que Mariñas dice que hace la Cantudo: maltratar a quien pueda hacerle sombra hasta que provocar la discusión y posterior despedida del molesto contrincante.
La cosa viene de lejos. El precursor de la SMV fue la Pasarela del Carmen, una idea de Montesinos para apoyar a los jóvenes y promocionar un poco lo que se estaba haciendo por aquí. Una buena idea con una enorme debilidad: por mucho que se promocionase el diseño, la moda valenciana nunca saldría de la terreta mientras no se crease un tejido industrial y comercial adecuado. La Pasarela era algo así como un escaparate sin tienda.
Las cosas cambiaron cuando el Gobierno Valenciano decidió apostar fuerte por la idea. Muchos creyeron que ese apoyo se aprovecharía para “montar la tienda”, es decir para crear redes de distribución. Pero las cosas tomaron otro rumbo, y en vez de apostar por la tienda, se apostó por dar más boato al escaparate: Alex Vidal sustituyó a Francis Montesinos, y la SMV abandonó aquel tono progre y cultureta propio de Montesinos, y pasó a ser algo mucho más pepero: mucho marketing, mucha celebritie, mucho campaña mediática y ¡ale! a decir que la SMV competía con Cibeles. La realidad es que los diseñadores que desfilaban no tenían ni puntos de venta ni tiendas propias ni tan siquiera estructura para empezar a ponerlas en marcha.
Pero el problema no era tanto que el tejido industrial y comercial de la moda valenciana siguiera siendo el que era, es decir, ninguno o casi ninguno, sino que buena parte de los pocos creadores conocidos fuera de Valencia o nunca desfilaron o fueron abandonando la pasarela: Francis Montesinos, Javier y Javier, Enrique Lodares, Juan Andrés Mompó, Valentín Herráiz, Marta de Diego, Presen Rodríguez… los últimos en abandonar han sido Dolores Cortes y Hannibal Laguna, con lo que la lista de conocidos se reduce a uno.
Desde hace varias ediciones la estrella indiscutible de la SMV es Alex Vidal que acapara las mejores modelos -Esther Cañadas, Nieves Alvarez…-, los mejores horarios, la mayor cobertura mediática y, como no, la compañía de todo el establishment político valenciano. Él es el director, su jefa de prensa es también la relaciones externas de la SMV y hasta las reuniones del Comité de Selección se han celebrado en su despacho de la calle Hernán Cortés. Según los más críticos, Alex utilizado la pasarela para potenciar su nombre y su marca a través de la SMV.
Confiemos en que este enfrentamiento sirva para que las dos partes hagan las paces. Dimova –la asociación de diseñadores donde están Dolores Cortes, Presen Rodríguez y Montesinos- no sólo pide una participación activa en la organización de un evento “que pertenece a todos los valencianos”, sino “una gestión profesional, ecuánime, imparcial y transparente”.
Lo que tendrán que hacer entre todos es redefinir el proyecto; ¿Qué se quiere hacer? ¿Diseño valenciano? Pues que se vayan los diseñadores vascos y madrileños. ¿Diseño joven? Pues que se renueven las caras y también los nombres, que no vale con que el papá Alex le pase el relevo a la sangre de su sangre, es decir a su joven hijo. ¿Se quiere dar nombre a la moda valenciana? Pues habrá que recuperar a los nombres fuertes del diseño valenciano. O eso, o especializarse: en zapatos, en baño, en alta costura…Desde luego, si lo que se quiere es gastar sin ton ni son y que la moda valenciana siga sin cruzar las fronteras, que lo dejen todo como está.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Nunca digas jamás llevaré botas de mosquetero

Mira que había criticado veces a Anita García Obregón por llevar esas botas de mosquetero más arriba de la rodilla ¡qué hortera la pobre!; fíjate que me había prometido una y mil veces que jamás de los jamases me vestiría como Julia Roberts en Pretty Woman. Pues nada. Donde dije digo, digo diego. Rectifico, vamos. Me encantan las botas de mosquetero. Desde que las vi en el desfile de Prada, no pienso en otra cosa. Son una mezcla de bota de pescador y de mosquetero, pero quedan super modernas con minifalda y leggins o con un suéter largo y nada más.
Total, que como casi estamos en septiembre y las tiendas ya empiezan a recibir ropa de invierno, ayer me pasé por Chapeau zapatos para ver si ya habían recibido las famosas botas. Pensé, ingenua de mí, que sería la primera en preguntar por ellas. ¡Ja, qué ilusa! Llego a la tienda, le pregunto a Lucrecia y me contesta ¡uff, hija, si ya hemos vendido un montón, casi no quedan tallas! Una siempre piensa que es la más rápida y la más informada porque lee Vogue en inglés y en francés y luego resulta que no, que cuando tú vas, ya han media docena de amigas que han ido y han vuelto ¡cómo las odio!
Volviendo a las botas. Resulta que además de Prada muchas otras firmas tienen botas de ese estilo este invierno. Jil Sander ha sacado unas de ante elástico, que te puedes poner aunque no tengas piernas de palillo como la Obregón. Las botas con elástico son el típico ejemplo de como adaptar las tendencias de la pasarela a la vida real (y a las mujeres reales, es decir, las del montón). Otros modelos no son aptos para piernas gorditas, más que nada porque la cremallera no se puede cerrar.
Botas aparte, después de leer diez revistas de moda y varios suplementos de colecciones, he llegado a la conclusión de que la moda de este invierno no me gusta nada. Vuelven los chaquetones enormes como los de Donna Karan en los noventa, para mujeres que van de triunfadoras rollo Melanie Griffith en “Armas de Mujer” ¡qué espanto! Vuelven también las americanas con hombreras, antídoto eficaz contra la lujuria. Por no hablar de las chaquetillas estilo Michael Jackson, que en paz descanse y sus modelitos también, por favor. También se lleva la piel negra con tachuelas, remaches y clavos, con un toque punky y heavy ¡Qué poco femenino! Además, la estética roquera, a los veinte vale, pero a los cuarenta ni en el bolso.
De los ochenta también llegan los colores pop: fucsia, amarillo, morado… y también los drapeados estilo Angela Channing y las mangas que en mi pueblo llamaban de jamón, por su parecido con la pata de jabugo ¡ay, no quiero ni acordarme! Pues sí, todo eso (y cosas peores) es lo que los diseñadores han inventado para nosotras con todo el cariño del mundo. Debemos ser masocas por hacerles caso, porque hay modelitos que parecen diseñados por el enemigo. Fíjate que me ha venido a la cabeza el modelito que llevó Eugenia Martínez de Irujo en la fiesta de Valmor del sábado pasado, con ese escote imposible y ese drapeado tan feo ¡pobrecita mía!
Algún día las mujeres nos hartaremos de seguir las tendencias y diremos hasta aquí hemos llegado. Un día te quieren vestir de fulana, con minivestido ajustado y plataformas; otro te asfixian en pantalones de piel pitillo y en otro descuido, te han disfrazado de romana, de Juana de arco, de payaso o con el traje regional ruso ¡y a eso le llaman creatividad!
Menos mal que en las tiendas impera el sentido común (y las ganas de vender) y allí no hay rastro de mangas jamón ni hombreras Locomía. Afortunadamente, todavía hay ropa para las sosas que sólo buscan un vestido, una rebeca o una camisa, sin más pretensiones que verse monas.
Fíjate lo que dice Isabel Preysler en el último Vogue, donde asegura que ni entiende de moda ni viste a la última moda. “Ya puede ser la gran tendencia de la temporada, que si yo no me encuentro bien y a gusto, es que ni se me pasa por la cabeza ponérmela”. Isabel sí que sabe.