lunes, 12 de mayo de 2014

Arguimiro Balboa

Argimiro Aguilar es un icono de la sociedad valenciana. Un tipo hecho a sí mismo que empezó hace veinticinco vendiendo joyas a los bedeles de la facultad de Derecho y acabó montando una de las joyerías más emblemáticas de la ciudad. El año pasado le hicieron un butrón y le desvalijaron su joyería de la plaza del Ayuntamiento. Muchos creían que no levantaría cabeza; un golpe como ese en plena crisis debía de doler más que los derechazos que aquel ruso enorme le propinaba a Rocky Balboa en el ring. Pero Argimiro, como Rocky, se levantó y le plantó cara a su desdicha. El jueves su mujer, Sesé, y él inauguraron una nueva joyería en la calle Colón. Les arroparon buena parte de su clientela, que son también buena parte de lo más granado de la sociedad valenciana. Allí estuvieron el Presidente de Mercadona, Juan Roig, con su mujer Hortensia Herrero, el Conseller de Economía Máximo Buch, el presidente de la Cámara José Vicente Morata con su mujer Pilar Pons, el presidente de la empresa valenciana, José Bernardo Noblejas, y también el de los rotarios, Nacho Baixauli; Marisa Fayos del Teatro Olympia, Jose Tamarit y Ana Valero, de Chapeau, el director de Luanvi Vicente Tarancón y Laura, Vicente Aguilar, de Patatas Aguilar, y su mujer Toña Játiva, el presidente de la Magistral de Gastronomía José Luis Palencia, el pintor Enrique Senís, Antonio Meco y María José Albert, Laura Penadés y Jesús de Salvador, el futbolista Albelda con su mujer Vicen, el cardiólogo Joaquín Costa, Isabel Giménez, de la Bolsa de Valencia, María José Guillem, de Cuatrecasas, el periodista Eduardo Alcalde, Pepa Navarro, Julia Escribano y Luisa Bravo, además de un montón de gente de las fallas, como el presidente de Conde Salvatierra Vicente Fuster y el ex presidente de Convento Jerusalén, Jesús Barrachina, o la fallera mayor de Valencia de 1994 Laura Segura.
La verdad es que este hombre tiene una capacidad de convocatoria que ya quisieran para sí los candidatos a las elecciones Europeas, incapaces de mover a un alma si no es pagándoles el autobús. La joyería ocupa el local que dejó Yanes, un espacio que era excesivamente oscuro y recargado. Pero el interiorista Carlos Serra -que la semana que viene reabre El Mercader de Indias en la calle Taquígrafo Martí- lo ha reconvertido en una joyería más abierta y alegre, como su dueño. Las boisseries originales se han mantenido, pero con un nuevo lacado que va del blanco al roble original. Para contrastar, el mobiliario de vitrinas y de expositores es muy racionalista. Las mesas son de roble natural. Lo más impactante es la zona central de la joyería, con una bóveda cubierta de pan de oro y una escultura con plafones de latón dorado hechos a mano. Como buen anfitrión, Argimiro fue recibiendo uno por uno a los invitados, enseñándoles la joyería. La fiesta continuó después en el restaurante La Embajada, decorado estilo años 20 con globos dorados y plateados, cortinas de flecos dorados, teléfonos y gramófonos de la época y varias parejas vestidas con trajes de charlestón bailando a ritmo de jazz. “Argimiro nos contó que inauguraba una nueva tienda y después de veinte años en el oficio quería organizar una fiesta por todo lo alto, donde los invitaron quedaran fascinados”, cuenta Rosa Lorente, una de las organizadoras. La idea de recrear una fiesta como las de la película El Gran Gatsby le fascinó. Y “La Embajada”, ese palacete que está en la esquina de El Corte Inglés mirando al Parterre, era el espacio perfecto, con ese punto decadente de las viejas casas nobles.
Los suelos de mosaico, los techos altos y las lámparas de cristal, ayudaron mucho a recrear la mansión donde Gatsby celebraba sus fiestas para conquistar a Daisy Buchanan. No faltó de nada: barra libre con champagne, gin-tonics y cócteles de la época -manhattan y diamante-, dos espectaculares buffets de postres donde podías tomar marrón glacé, galletitas con el logo de Argimiro, bizcochos, mini merengues y vasitos de Red Velvet, música de jazz en directo y hasta un photocall con una cámara auténtica de años 20. La fiesta acabó con una coreografía y una lluvia de confetis dorados.

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