Ser dueña de un palacete puede parecer un sueño de princesas, pero la verdad es que en según que circunstancias puede ser una faena. Imagínate entrando en tu palacio del siglo XVIII, en el que antaño vivieron tus ancestros, mientras recuerdas las historias que te contó tu abuela de su madre y de la madre de su madre dando fiestas y recibiendo a pretendientes. Caminas por los salones de tu vieja casa y sientes el calor de tu sangre azul bullendo por tus venas, cuando de pronto, ¡zas!, oyes un estruendo y es un azulejo isabelino que se cae de la pared. ¡Demonios!, eso te va a costar medio bolso de Vuitton…, adiós a tus planes de irte a esquiar en Semana Santa.
La primera vez quizás lo arregles, pero cuando al azulejo le sigue la persiana y luego la puerta del comedor y más tarde ves que las cañerías hacen más ruido que una verbena fallera empiezas a pensar a qué mala hora al bisabuelo de tu abuelo se le pasó por la cabeza hacer semejante caserón.
Hubo un tiempo en que la Generalitat compraba todos esos palacetes para albergar consellerías. Aquella era una buena opción: tú hacías caja y sabías que la vieja casa de la abuela estaría en buenas manos. Claro que si por aquel entonces la abuela seguía con vida, probablemente puso el grito en el cielo sólo con escuchar la sugerencia; así es que la casa se quedó en la familia y ahora estás tú ahí implorando al cielo que alargue la sequía para que las goteras no arruinen tú sueño de comprarte un Mini.
Ahora que la Generalitat no está para esas cosas, hay otra solución: convertir tu palacete en un salón, más o menos fino, para bodas, banquetes y comuniones. O si no quieres decirlo así, para eventos y actos sociales. Como la Duquesa de Alba lo está haciendo con sus palacios, tú tienes la conciencia más tranquila, sabiendo que si la abuela levantase la cabeza tendría que callar cuando tú le argumentases que sigues los pasos de la vieja Cayetana.
Buena parte de las masías que rondan Valencia ya hace tiempo que han pasado por la reconversión. Ahora le toca a los palacios del centro de Valencia. Hace unos días se inauguraba Caro Hotel, en el viejo palacio de los marqueses de Caro. Esta semana los tacones de media Valencia han pisado los suelos del Palacio que compró en los años cincuenta Vicente Garrigues, Vizconde de Valdesoto y Marqués de Castellfort. El palacete está en la esquina del Corte Inglés mirando al Parterre. En su interior hay un viejo claustro porque durante algún tiempo albergó un convento de monjas.
Últimamente estuvo algo descuidado, con techos de pladur y paneles adaptados a oficinas y despachos, hasta que el arquitecto Alfredo Burguera decidió alquilarlo y restaurarlo, recuperando pinturas, techos, cristaleras y todo el artesonado original. El palacete, bautizado como “La Embajada”, es ahora un espacio para eventos y actos sociales, donde además puedes comer de lunes a viernes o cenar el fin de semana con mantel de hilo y flores y catering de Carmen Topete.
Allí, en La Embajada, presentó su colección de verano tienda de niños Cristina. Lo hizo con un desfile a la antigua; como en las viejas casas de costura parisinas, los niños iban desfilando por las salas de estilo francés. Hubo ropa de baño, étnica, roquera, deportiva y como novedad, mucho color -vedes y azules turquesa, amarillo huevo…- y vestidos largos de aire bohemio. El desfile se cerró con la ropa de fiesta y un vestido de comunión de corte imperio, con mucha caída y manguita corta fruncida. Entre el público, Mercedes Carreras, ex directora de Loewe; la diseñadora Presen Rodríguez, Josep Lozano, Mª Angeles Miguel, de Salvatore Ferragamo, Ana García, de Moddos, y Elena Gutiérrez, de Scalpers.
La primera vez quizás lo arregles, pero cuando al azulejo le sigue la persiana y luego la puerta del comedor y más tarde ves que las cañerías hacen más ruido que una verbena fallera empiezas a pensar a qué mala hora al bisabuelo de tu abuelo se le pasó por la cabeza hacer semejante caserón.
Hubo un tiempo en que la Generalitat compraba todos esos palacetes para albergar consellerías. Aquella era una buena opción: tú hacías caja y sabías que la vieja casa de la abuela estaría en buenas manos. Claro que si por aquel entonces la abuela seguía con vida, probablemente puso el grito en el cielo sólo con escuchar la sugerencia; así es que la casa se quedó en la familia y ahora estás tú ahí implorando al cielo que alargue la sequía para que las goteras no arruinen tú sueño de comprarte un Mini.
Ahora que la Generalitat no está para esas cosas, hay otra solución: convertir tu palacete en un salón, más o menos fino, para bodas, banquetes y comuniones. O si no quieres decirlo así, para eventos y actos sociales. Como la Duquesa de Alba lo está haciendo con sus palacios, tú tienes la conciencia más tranquila, sabiendo que si la abuela levantase la cabeza tendría que callar cuando tú le argumentases que sigues los pasos de la vieja Cayetana.
Buena parte de las masías que rondan Valencia ya hace tiempo que han pasado por la reconversión. Ahora le toca a los palacios del centro de Valencia. Hace unos días se inauguraba Caro Hotel, en el viejo palacio de los marqueses de Caro. Esta semana los tacones de media Valencia han pisado los suelos del Palacio que compró en los años cincuenta Vicente Garrigues, Vizconde de Valdesoto y Marqués de Castellfort. El palacete está en la esquina del Corte Inglés mirando al Parterre. En su interior hay un viejo claustro porque durante algún tiempo albergó un convento de monjas.
Últimamente estuvo algo descuidado, con techos de pladur y paneles adaptados a oficinas y despachos, hasta que el arquitecto Alfredo Burguera decidió alquilarlo y restaurarlo, recuperando pinturas, techos, cristaleras y todo el artesonado original. El palacete, bautizado como “La Embajada”, es ahora un espacio para eventos y actos sociales, donde además puedes comer de lunes a viernes o cenar el fin de semana con mantel de hilo y flores y catering de Carmen Topete.
Allí, en La Embajada, presentó su colección de verano tienda de niños Cristina. Lo hizo con un desfile a la antigua; como en las viejas casas de costura parisinas, los niños iban desfilando por las salas de estilo francés. Hubo ropa de baño, étnica, roquera, deportiva y como novedad, mucho color -vedes y azules turquesa, amarillo huevo…- y vestidos largos de aire bohemio. El desfile se cerró con la ropa de fiesta y un vestido de comunión de corte imperio, con mucha caída y manguita corta fruncida. Entre el público, Mercedes Carreras, ex directora de Loewe; la diseñadora Presen Rodríguez, Josep Lozano, Mª Angeles Miguel, de Salvatore Ferragamo, Ana García, de Moddos, y Elena Gutiérrez, de Scalpers.