Valencia está aburrida. Hay pocos eventos sociales y los que
hay pasan sin pena ni gloria porque parecen premios de consolación a una
sociedad abatida que ha perdido su capacidad de frivolizar. Pensadlo un poco,
la tan criticada frivolidad es un síntoma de bienestar: es muy difícil ser
frívolo cuando tienes la nevera vacía, la salud maltrecha o el corazón partido.
La frivolidad es un lujo que suelen permitirse quienes gozan de cierta
estabilidad económica y emocional. Valencia no tiene ni lo uno ni lo otro: está
arruinada y no tiene quien la quiera porque desde hace años sólo damos malas
noticias.
Pero todo eso va a cambiar ahora que hemos descubierto la
causa de nuestras miserias: Madrid nos maltrata y nos da menos dinero que a los
demás. Ves los datos en el periódico y se te erizan hasta los pelos del abrigo
de conejo que heredaste de tu abuela y ahora guardas en el armario. Ahí está la
causa que ha adormecido nuestra frivolidad y nos ha abocado a un aburrimiento
insoportable. Pero, ¿cómo que nos están sisando ochocientos ocho euros al año a
cada una de nosotras, que es lo que nos falta para llegar a la media española?;
eso es el equivalente a dos pares de zapatos de Prada o tres sesiones de botox.
Pero esto qué quiere decir, ¡de qué va este Gobierno!. ¡Valencianas frívolas uníos y exigir lo que es
vuestro!. Vayamos al despacho de Montoro, y allí, un centenar de valencianas,
hipermonas de la muerte y frívolas a rabiar, cantémosle las cuarenta: “Oye guapo (es un decir), tú que te has creído. Mira que tú a nosotras
no nos conoces. No sabes con quién te la estás jugando. Así es que estamos allí
pasando las de Caín, con sentimiento de culpa cada vez que vamos a la farmacia
a por una caja de ibuprofenos y resulta que vas repartiendo dinero a espuertas
por otras comunidades. No, Cristobal, de eso ni hablar. Nos debes ochocientos
euros cada una, que por diez años son ocho mil. Así es que ya vas soltando la
mosca o te llenamos el despacho con bolsos y pañuelos del top manta. Tú verás”.
Antes de salir una, que ha estado todo el rato pintándose las uñas, se gira
y le dice: “por cierto, dile a tu mujer que cambie de óptica”. Y dejamos allí
al Ministro con cara de no saber por dónde demonios abordar el problema que se
le plantea.
Bendita frivolidad, ¡cómo te echamos de menos! Necesitamos
fiestas estivales con personajes del colorín que vengan por aquí a hacer
comentarios insustanciales con cara de estar hablando de cosas serias y
trascendentes. Como hace María Patiño cuando mira seriamente a la cámara y pone
esa cara de ir a anunciar una gran crisis energética internacional que va a
remover los cimientos de nuestra civilización, y de pronto con voz firme y
semblante circunspecto dice: “Os anuncio
en exclusiva,- hace una parada larga para tomar aire- que Amador Mohedano ha marcado esta tarde el teléfono de Rosa
Benito”, y todos los demás se cogen a la silla, como diciendo, ¡no puede
ser!, confírmanos esa noticia porque eso cambiaría nuestras vidas, ya nada
volverá a ser igual.
Eso es lo que necesitamos en Valencia, un poco de frivolidad
que nos devuelva la alegría y la confianza perdidas.
Por lo pronto, nos tendremos que conformar con el desfile de
baño de Dolores Cortés en Miami y con fiestas como la que montó el Club Moddos
para despedir la temporada. Fue el jueves, en el ático del Ateneo Mercantil, y
allí estuvo toda la cuchipandi del club tomando mojitos y gintonics: Encarna
Roig, de Acosta; Guillermo Martorell y Mamen Puchades de la joyería Sie7e; Lluís
Nadal, de Nil; Maria Dolores Enguix, de la Óptica Climent, y también Sara
Blasco, Antonio Jordán y Beatriz Maset, Begoña López, Carlos Alapont, Carmina
Pérez-Manglano, Carolina Salas y Rafa Moscardó, Coke Stuyck, Concha Martínez, Patricia
Puchol y el doctor Murgui, que es la salsa de todas las fiestas. Y como
anfitrión, el flamante director de Moddos Josep Lozano.