Muchas cuarentonas sufrimos un duro conflicto interno cada
vez que negociamos con nuestras hijos la hora de volver a casa, máxime ahora en
verano cuando se espera de nosotras que seamos más flexibles. La una o las dos
de la mañana nos parece una hora más que razonable. Ellos siempre piden un poco
más. Tú tratas de mantenerte en tus trece pero una voz resurge desde lo más
profundo de tu conciencia: “Pero de qué
vas, guapa, es que ya no te acuerdas de cuando tú salías de casa a esa hora y
volvías de madrugada”. Entonces se dirime en tu conciencia esa batalla
entre la madre, que siempre serás, y la amiga, que a veces quieres ser, de tus
hijos.
Cuando por fin llegas a un acuerdo, normalmente salomónico,
ellos se van y tú te quedas en casa recordando aquellas noches locas de los
veranos de los ochenta. Habías salido de casa a la una de la noche, tus padres
ya ni siquiera preguntaban dónde ibas a esas horas, se habían acostumbrado.
Tras un par de copas en cualquier bar, habías cogido el coche o el Vespino y
habías llegado al parking de Barraca o de Spook. Estabas en la Ruta del Bakalao.
Dentro de la discoteca la música era ensordecedora. No podías hablar, ni falta
que te hacía. Tú habías ido allí a bailar la música de Sisters of Mercy, Patti Smith o Midnight Oil. La gente
deambulaba con un botellín de agua en la mano; en la pista más de uno
acompañaba el ritmo con un abanico. Sólo de vez en cuando te dabas un respiro,
sentándote en la terraza hasta que volvía a sonar una de las canciones que te
gustaba, entonces saltabas de tu asiento e ibas corriendo a la pista. Aquello
seguía y seguía hasta que al amanecer sonaba My Way de Nina Simone. Los más sensatos se iban entonces a casa, los más
bakaladeros seguirían con el mismo plan hasta la hora de cenar.
El Bakalao, en su origen, tenía poco que ver con lo que
acabó siendo: música maquineta, alcohol, drogas y un desmadre que arruinó
muchas vidas y que hizo bien en desaparecer. Pero eso fue en los noventa.
Antes, en los ochenta, fue un fenómeno que traspasó fronteras y puso a Valencia
en el centro de la música más vanguardista de Europa. Ahora hay un tímido
movimiento para restaurar el buen nombre de un fenómeno que más allá de los
desmadres tenía mucho de compadreo y de gusto por la buena música. Lluis
Fernández organizó una
exposición en el MUVIM hace unos meses y el cocinero Alejandro del Toro una cena con un menú
especial donde cada plato guardaba relación con las poblaciones de la ruta del
bakalao. Allí estuvieron algunos de los más conspicuos bakaladeros como Chimo Bayo, el periodista gastronómico Pedro García Mocholí, Carlos Monsell (The face), el diseñador
Francis Montesinos y Javier Monedero, de Dicoval, que
patrocinó la cena. Además pincharon los famosos Gemelos de Puzzle, Javi y Rafa Pérez.
El bakalao impuso su horario incluso fuera de su ruta y
hasta las discotecas de corte más “pijito” como Distrito o Hacienda (Xàbia)
acabaron abriendo hasta el amanecer. Por cierto, Fernando Aliño ya ha programado una en Xàbia, para el 1 de agosto
en la discoteca Hacienda, una sesión remember. Pincharán música de los Cure,
Depeche Mode, Spandau Ballet y actuará en directo Rafa Sánchez, de la Unión, que debe rondar los cincuenta pero aún
está para esos trotes (los viejos roqueros nunca mueren).
Por cierto, nuestras hijas van a llevar este verano unas gafas
muy parecidas a las Vuarnet de espejo
polarizado que llevábamos en los ochenta. Son de Italia Independent, la firma
de Lapo Elkann -heredero del imperio
Fiat y uno de los golfos (el adjetivo se lo copio a Jesús Terrés) con más vida social de la jet set mundial- y están
arrasando en Milán, ¡todo vuelve!
Nota. Cuidadito con que un ejemplar de este periódico caiga
en manos de alguno de nuestros hijos. Esos canallas son muy capaces de
tuitearlo y en diez minutos está en el móvil de todos los quinceañeros de
Valencia. Y a ver luego con qué cara les imponemos que vuelvan a casa a la una.
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