lunes, 31 de marzo de 2008

Relajado total

Desde la invitación para la fiesta de Prada en el Mercado Central no había visto nada igual. Entonces (hace ahora un año, ¡ay qué recuerdos!), Miuccia Prada pedía en el tarjetón que para entrar en su fiesta nos vistiéramos con glamour (dresscode: glamorous) y más de una estuvo a punto de sacar el vestido de lentejuelas del armario. Luego vino la discoteca Pacha con su ‘dress code elegante’. Y ahora, el despampanante hotel Westin invita a la apertura de su terraza mediterránea indicando en la tarjeta “dress code: relajado”. ¡Uff! ¿Alguien me puede explicar cómo se viste una relajada? A mí lo primero que me viene a la cabeza es el chándal y las zapatillas (Juicy y Converse, que una va de chándal pero no es vulgar), pero tampoco es plan de presentarte en el hotel Westin vestida como para comerte la mona de pascua.

Los hombres lo tienen super fácil. Se ponen sus vaqueros con camisa blanca, estilo pepero o González Pons, con los puños dobladitos, y ala, más guapos que ni se. Pero nosotras, ¿cómo te vistes relajada? Con lo complicada que es esta época del año, que por la mañana te mueres de frío y al mediodía de calor ¡no hay fondo de armario que resista estos altibajos! Y para colmo, la fiesta del Westin es en su terraza (me encanta, es de las más bonitas que hay en Valencia) y a las 8 de la tarde, vamos, que si empieza a refrescar, habrá que llevar algo de abrigo.

Como es la vida, llevas semanas quejándote de que tienes tu agenda vacía, y cuando por fin recibes una invitación, tu problema es que no sabes qué ponerte. ¡Ay, tragedia griega total! Y ni siquiera te sirve el vestidito de siempre, porque con media tupida a estas alturas queda fatal, y transparente, como que no. Y sin media, tampoco, que con las piernas blancas como la mantequilla queda horroroso. (Apunte: una amiga que acaba de llegar de NY dice que allí todas van sin medias y con sandalias aunque estén a bajo cero, ¡qué valientes!).

Piensa, Begoña, piensa, respira hondo, inspírate: relajado, cómodo, relax, zen, chill-out, arregla pero informal. ¡Vale, ya lo tengo! Vaqueros, me pondré mis vaqueros favoritos. Pequeño problema: ahora que lo pienso, esta temporada no tengo vaqueros nuevos, ni tan siquiera favoritos. Los últimos que compré eran pitillo y ya no están de moda. Me acuerdo que en la fiesta que dio el año pasado Yo Dona en Valencia, la más mona era Bolola Lana, la directora de comunicación de Vuitton, que iba con unos pitillos, taconazo y camisa blanca lencera. Ese es un look relajado, ¡supongo!, pero sin unos buenos vaqueros, no hay nada que hacer.

Solución: correr a tu tienda favorita a por unos vaqueros nuevos. Pero hete aquí que este verano se llevan anchos y desgarbados. Mi admirada María Vela Zanetti se lamentaba hace poco en su blog de Yodona: “¿Hay algo más feo y menos deprimente que un vaquero azul hipermercado grandón, colgando por todas partes? El vaquero de pata de elefante, por lo menos, marcaba bien lo que tenía que marcar. El 'strech' fue muy hortera, pero nuestra vida ya no será la misma después de semejante alivio. Pero, por favor, pensadlo, ese saco de tela tejana es un verdadero desastre. Ni ajusta, ni relaja, ni favorece.” Totalmente de acuerdo.

Menos mal que al final llamé a la relaciones públicas del Westin y me explicó que relajado significa a tu aire, es decir, que puedes vestir como te de la gana ¡uff, es un alivio! Yo creo que ya tengo mi look: vaqueros (ya veremos…), blusa de aire bohemio, tacones y el fantástico colgante de Antonio Pernas que me tocó este viernes en su tienda de Jorge Juan, en una presentación de joyas Le Cadó. ¡Relajado total!

martes, 25 de marzo de 2008

Busco una lista

Lo de la Fórmula I promete ser la bomba, la reválida perfecta para que Valencia obtenga el título de ciudad glamurosa. Habrá que ir pensando en qué se pone una para un evento que no deja de tener un toque macarrilla: el de las rubias explosivas con pantalones marcando trasero esculpido a golpe de hambre y mucho gimnasio; tacones de aguja resaltando piernas play-boy; y camiseta ajustadísima que realza lo que ya no cabe debajo de la cremallera de esas camisetas rojas y negras que siempre lucen las jovencitas cañón que acompañan a los pilotos, los mecánicos y todo el paripé de las carreras de coches. ¡Ay, no! Francamente, no veo a mis cuarenta compitiendo con jovencitas veintipocos por llamar la atención de las cámaras o de los cincuentones pastosos que acudan al evento.

Claro que si de lo que se trata es de codearse con Briatore y compañía, antes de preocuparse por el atuendo, habrá que empezar a buscarse la vida para conseguir una entrada en un palco VIP. Y eso no se consigue en ninguna taquilla, no es cuestión de pasta gansa, es cuestión de conseguir un sitio en alguna de las listas que pronto empezarán a llenarse. Lo de las listas funciona de la siguiente manera: determinados personajes de la vida pública valenciana, sobre todo los políticos, tienen su “lista” de invitados a los eventos importantes.

Cualquier conseller que se precie hace su propia lista y los que van en ella entran al evento sin pagar un céntimo. Es una prebenda más de los políticos, que si bien suelen tener sueldos algo exiguos, luego gozan de este tipo de favores: plaza de parking reservada en la puerta de su despacho, entradas a los toros por la jeta y a ser posible en el mismísimo burladero, plaza asegurada en los estrenos de la ópera, en el concierto de los Cure o en cualquier otro evento de realce. Y allí llegan ellos, con sus cochazos oficiales conducidos por chóferes que aparcan impunemente allí donde minutos antes la grúa ha despejado los utilitarios de la plebe currante siempre molesta e impertinente.

En fin, cosas de la política local que evocan tiempos pasados de infausto recuerdo. Pero la vida es así, y quien quiera ver algo más que coches corriendo por una pista, tiene que empezar a moverse por colarse en una lista. “Yo estoy en la lista de tal; yo en la de pascual…”, y ¡alé!, a seguir hinchando el ego del político de turno, que encima tendrá a un montón de amigos eternamente agradecidos por la invitación

Claro que como en todo, hecha la ley hecha la trampa. Siempre hay alguien capaz de burlar la seguridad de los accesos restringuido. Por ejemplo, tengo una amiga especialista en aprovechar los momentos de caos –cuando entra un vip con guardaespaldas, por ejemplo- para entrar sin ser vista. Y otra que enseña una entrada caducada sin que nadie se de cuenta. Hace poco, otra amiga me confesó que había accedido a la zona vip del concierto de los Cure diciéndole al de seguridad que estaba en la lista del conseller fulanito de tal. Con el follón del momento, nadie se molestó en comprobar si su nombre estaba efectivamente en la lista.

Pero si no eres hábil entrando sin invitación (uff, no quiero ni pensar que te pillen), sólo te quedan dos opciones: o te pegas a alguien que si que esté en las listas (lo que no deja de ser cutre) o entras en la lista por méritos propios. Vamos, que si estás, estás como hay que estar, como Marichalar en la Feria de Fallas, en primera fila, y en el balcón del Ayuntamiento, al ladito de Rita Barberá. Total, que de aquí al mes de agosto, ya tengo un objetivo en la vida: quiero un sitio en una lista, me da igual de quién, ¡todo sea por el palco vip!

lunes, 17 de marzo de 2008

El regalo de papá tendrá que esperar

Esto de vivir en una ciudad que cada vez se parece más a Montecarlo tiene su gracia, pero también su desgracia, porque claro, es muy bonito imaginarse la vida en Mónaco de fiesta en fiesta y del casino a la playa de Niza, pero eso te lo imaginas montada en un Ferrari – ¡ay no!, qué horterada - y con un armario de ciento cincuenta metros cuadrados. Nadie se imagina su vida junto a los Grimaldi como secretaria del ayuntamiento o dependienta de una tienda ganando mil euros al mes de los que seiscientos se van con la hipoteca.

Fíjate si Valencia se está poniendo como Montecarlo, que una entrada para la ópera en el Palau de les Arts cuesta 150 euros (y de las normalitas, ¡eh!); la del campeonato de Fórmula 1, entre 300 y 560 euros; el abono de para los toros, otros 600 eurines, por no hablar de las comilonas y las copas. Uff, no sigo porque me deprimo. ¡Qué locura! Eso sin contar el presupuesto para el fondo de armario, que ya se sabe que esto de la vida social es muy exigido y no puedes repetir modelito en una misma temporada. Es fatal eso de que tu amiga te diga: “qué mono el vestidito, ya te lo vi en el último desfile!”. Hija de su madre: si supieses que está con cargo a la visa de aquí seis meses… Habrá que dejar de comprar Prada y pasarse a Mango, que el día 17 de marzo llega a Valencia la colección diez vestidos diseñados por Osman Yousefzada, que dicen en Vogue USA que es un maestro con los little black dress ¡y ninguno pasa de 70 euros!

Y es que por si no fuera bastante con los eventos valencianos, todavía queda lo peor: la temporada de bodas, bautizos y comuniones, ¡uff, qué peligro! Las que rondamos los cuarenta ya tenemos hijas de primera comunión, con la imagen tan tremenda que tengo de las madres de niña de comunión, con el típico traje chaqueta de tweed en tonos pastel y ese pelo corto en plan casco. Menos mal que en mi tienda favorita me han dicho que de traje chaqueta, nada, que ahora la mamá puede ir con su vestidito mono y sus tacones y su melena suelta tal que si fuera veinteañera. ¡Uff, qué alivio! Ya me estaba imaginando con el pelo cardado y los ojos maquillados de verde, como la señora de Valencia de la que hablaba Carmen Rigalt, que tendrá que darse una vuelta por aquí para ver lo monas que vamos ahora, no sé en qué época se ha quedado…

Total, que con tanto glamour estilo Montecarlo y tanto compromiso social, me temo que el regalo del padre va a tener que esperar, o tendrá que ser la típica corbata o gemelos, pero nada de Hermès o Loewe, que para eso no llega. Además, ¡qué porras!, ellos ya están acostumbrados, no sería la primera vez que los sufridos padres ponen cara de sorpresa al abrir un sospechoso paquete alargado. ¡Vaya, vaya, qué corbata tan bonita, y hasta tiene rayas azules y rojas! A mí siempre me asombra que no vayan a cambiar los regalos, igual es que les da pereza ir a la tienda y a las mujeres cualquier excusa nos vale para ir de compras.

Desde luego, a nosotras no nos pasa lo mismo cuando recibimos el perfume o el pañuelo de seda el día de la Madre. ¡Buenas somos! Ese mismo lunes, nos falta tiempo para ir corriendo a cambiarlo por lo que sea, como hizo la Infanta Elena, que me contaron que cambió todos sus regalos de Hermès de estas Navidades por otros cachivaches de equitación, una mantita, una silla de montar… Hizo bien la mujer, siempre es mejor cambiarlos que quedarte con un pañuelo que no te vas a poner en tu vida. Por cierto, la Infanta entregó un premio a Gerardo Camps, por la campaña “Un juguete una ilusión”. Aunque yo sigo pensando que desde que está sin Marichalar (que sí que vino a Valencia a los toros y la mascletá acompañado de Froilan) ya no tiene tanta emoción…

lunes, 10 de marzo de 2008

¡Ay, aquellos años de la alta costura!

Ya se, ya se que las mujeres estamos mejor ahora que hace 50 años, que podemos ser ejecutivas y empresarias de éxito, que no necesitamos la firma de nuestros maridos para sacar dinero del banco y que los hombres ya son capaces de poner en marcha la lavadora y el lavaplatos sin ayuda. Pero, ¡qué envidia de años 50 con esos vestidos de cóctel, tocados y zapatos de salón! ¡Que envidia de fiestas y reuniones de alta sociedad en esos apartamentos neoyorquinos de película de Hitchcock! Y qué envidia poder seducir a los hombres con esos modelos de Dior, de cintura ceñida y metros y metros de falda. Así vestidas, a ver quién era el valiente que se resistía…

A la diseñadora Marta de Diego se le nota que añora esa época, el lujo de los apartamentos parisinos de techos altos, los años dorados de la costura a medida, aquella precisamente anterior al prêt-à-porter, cuando la moda era patrimonio de la alta sociedad, cuando no existían los Zara ni los H&M. Se nota en el taller que acaba de inaugurar en la plaza Porta de la Mar, uno de esos pisos antiguos del siglo XIX con enormes ventanales, un coqueto mirador y decoración típicamente parisina, de maison de alta costura. Es como si retrocedieras en el tiempo a uno de esos elegantes salones del París de los años cincuenta, a los desfiles de Chanel, con todas aquellas clientas ricachonas de la alta sociedad con maridos ricos.

El desfile de Marta de Diego también empezó con un guiño a esa época. Sonaba la música de Nat King Cole y aquel “ansiedad, de tenerte en mis brazos, suspirando palabras de amor…” Con esa declaración de intenciones salió la primera modelo con un minivestido de cóctel precioso, cortito y muy coqueto, al que siguió otro con cuerpo de ganchillo y falda de seda india, y otro de tela blanca con lunares negros, muy Dior, y otro con falda lápiz azul y blusa de gasa blanca, con zapatos de salón y tocado a juego, y otro de un encaje negro delicado sobre una seda gris y así se fueron sucedieron los vestidos con la canción de Joaquín SabinaY nos dieron las diez”, y todo, música y vestidos, hablaban de seducción, de feminidad clásica, de una mujer que llega y atrae todas las miradas. Una mujer de película, como Grace Kelly en Atrapa a un ladrón, una mujer rotunda, que se adelanta a su tiempo pero que no pierde ni la sensualidad ni ese punto sexy que deja entrever una mujer pasional. Nada de medias tintas. Y para cerrar el desfile, la novia, elegante con un vestido en seda moire, esa que forma dibujos parecidos a las vetas de madera. Clásico, salvo en el detalle del escote de la espalda, bien pronunciado.

Las modelos, peinadas por Tono Sanmartín con tocados y moños -comedido para lo que suele hacer-, llevaban un papelito con un número en la mano, como en los desfiles de antes. Marta había entregado a cada clienta una libretita con un pequeño lápiz de carpintero color rojo para que anotasen el número del modelo que les gustase. Toda la noche estuvo llena de detalles muy cuidados: las sillas doradas, la música en directo y, como no, el champagne francés con jamoncito del bueno al finalizar el desfile.

La alta sociedad de aquellos años ha desaparecido, pero afortunadamente no lo ha hecho la alta costura, y además, ya no hace falta ser una ricachona para tener un vestido a medida en el armario, un lujo exquisito y exclusivo. Por cierto, ninguna de aquellas mujeres se hubiera puesto jamás una falda tan acampanada y desproporcionada como la que llevan algunas falleras. Rita Barberá tiene toda la razón.

domingo, 2 de marzo de 2008

Lo de fuera no siempre es lo mejor

Mira que con la Copa América deberíamos estar habituados a las costumbres de afuera. Pues nada. Hay cosas a las que no te adaptas nunca, como tener que pedir un café latte en Starbucks en lugar del cortado de toda la vida y que el camarero no te lo traiga a la mesa o tener que tirar los restos de comida a la basura en Mcdonalds. A los americanos no les importa, ellos son así, van comiendo por la calle, pero aquí nos gusta sentarnos, hablar y que nos traigan el cortadito a la mesa.

Las diferencias entre la cultura anglosajona y la nuestra se ven día sí día también. Sin ir más lejos, este jueves, en la fiesta que organizó el Hotel Hilton, se respiraba el estilo americano en casi todo. Para empezar, dejan poco margen a la improvisación, eso que tanto gusta aquí (aunque algunos nos llamen informales). Por eso, al entrar en el hotel, ya te daban un programa con todo lo que ibas a hacer esa noche: a las 20:00 horas, aperitivo; 21:00, bienvenida; 21:30 degustación de cócteles, cena… y así hasta los fuegos artificiales a las 24:00 horas.

Después de la presentación de Bertín Osborne (mayor aunque muy guapo), a las 21:30 empezó puntualmente la cena. Te daban a elegir tres restaurantes: Bice, Valentia y Azahar. Los que fuimos directamente a Bice, el más pequeño de los tres, cenamos fenomenal, con música de piano en directo, vino Shiraz, y un montón de exquisiteces: fiambres, verduras, quesos, panes italianos. Y lo más importante: la mayoría sentados (cuando el restaurante se llenó, cerraron la entrada).

Pero quienes eligieron cenar en los salones Valentia y Azahar no pudieron sentarse en toda la noche. Es verdad que en las cenas más pitiminí de la Copa América también era así, pero no te acabas de acostumbrar. Y mira que la comida era estupenda: internacional en Valentia (sushi, especialidades indias, de todo lo imaginable) y en Azahar, ostras y marisco a tutiplén, que daba pena ver platos dejados llenos de comida. A pesar de las exquisiteces, la gente llevó muy mal estar de pie toda la noche, con un plato en una mano, la copa de vino en otra, y los cubiertos y la servilleta, ¡no quedan manos! Más de uno andaba buscando una mesa a la desesperada… Y luego está lo de hacer cola para que te sirvan un plato, que aquí también lo llevamos fatal, nos cuesta respetar el orden y nos pegamos al de delante con impaciencia.

¿Más cosas que chocan? Después de cenar, el Hotel te invitaba a un cóctel en el Ice Bar en el sótano del edificio. Se llama Ice bar precisamente porque la barra central del bar es toda de hielo, muy bonito, pero la mayoría subimos corriendo a por los abrigos del frío que hacía. El Ice bar tampoco gustó demasiado. La gente decía: ¿para qué quieres una barra de hielo como si estuvieras en Noruega, cuando lo bueno de Valencia son las terracitas y el clima templado?

Y las habitaciones, pues lo mismo, perfectamente equipadas y funcionales, ideales para hombres de negocio. A la suite presidencial del piso 28, subías con un ascensor panorámico de esos que ves la ciudad en pequeñito. A estas alturas de la noche, más de una tenía los pies tan destrozados que daban ganas de lanzar los Louboutin y sus doce centímetros de tacón por la ventana de la suite presidencial. Pero lo mejor de la noche fue que al salir de la suite presidencial se escuchaba un follón tremendo en una de los pasillos. ¿Qué pasa aquí? –Entra, venga, que regalan bonos para un circuito en el spa del hotel. Ale, todos corriendo, que es oír la palabra regalo y nos ponemos como locos. Seguro que los americanos, en la misma situación, guardarían fila en silencio. Ellos son así ¡y nosotros somos así!