Cual gaviota sobrevolando el mar en busca de un pez para el desayuno, Mónica Oltra sobrevuela la Valencia buscando alguna muestra de machismo. De pronto, cuando todo parece tranquilo, la gaviota se lanza en picado sobre las aguas quietas del mar y emerge triunfante con su presa en el pico. Así actúa también nuestra Vicepresidenta; siempre alerta, al acecho, día y noche sin descanso. Mónica es mucha Mónica, ella ve donde otros no ven, tiene oídos donde nadie escucha. Cuando menos te lo esperas, ¡zas! se lanza en picado sobre una presa: un resto de machismo ancestral que ha sobrevivido tan mimetizado, que ni siquiera sus víctimas lo han detectado.
Su última presa: las Fallas. Alguien dio la voz de alarma. En las normas de protocolo para las falleras mayores y su Corte de Honor, redactadas por la Junta Central Fallera. Ahí se dicen cosas tales como que en los actos que deban vestir de particular las falleras se pondrán tacones, evitarán las transparencias, los escotes excesivos, el uso de vaqueros; utilizarán colores sobrios y las faldas tendrán un largo por encima de la rodilla. Y lo peor de todo: “si la indumentaria se considera indecorosa, el acompañante tendrá la facultad de obligarlas a cambiarse y en caso de negativa, dejarlas en sus domicilios”.
¡Buah, qué fuerte!, ni que estuviésemos en un colegio mayor del Opus Dei, en los años setenta el día de la Novena de la Inmaculada. ¿Pero quién ha sido el carcamal que ha dicho eso de que te pueden dejar en tu casa si no te consideran decorosa? Ni que decir tiene que Mónica Oltra corrió rauda al campo de batalla, y lo mejor de todo fue su grito de guerra: “Una mujer puede ir vestida como le dé la gana sin que eso tenga más consecuencias que resfriarse”.
¿Por qué es más decorosa una falda por la rodilla, que un short bien mono?, ¿qué tiene la Junta Cental Fallera contra nuestros escotes y nuestras piernas? ¡Habrase visto! ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí después de tantos años?
Detrás de todo esto hay una actitud paternalista impropia de nuestro tiempo y un intento de normativizar el sentido común. Algo así como lo que ocurría en algunas discotecas que te prohibían entrar con deportivas. Allí ibas tú, monísima de la muerte, con tus New Balance y te dejaban en la puerta. Luego aparecía otro con unos zapatos sucios, feos y mal conjuntado y sí que le dejaban entrar.
Una cosa es que a las chicas que van a representar al Ayuntamiento en un acto oficial les den algunas instrucciones de protocolo y otra bien distinta que el acompañante pueda decidir si la niña va adecuadamente vestida. Sin duda, la libertad, en este caso, como en cualquier otro, abre la puerta a usos poco elegantes, pero eso no justifica nada. ¿Quién de nosotras iba a tolerar que en su trabajo le dijesen cómo tiene que llevar el escote?
Las normas de etiqueta facilitan la convivencia, pero no pueden convertirse en una norma represiva. Es como el invitado que llega a una boda con una camisa de raso azul eléctrica debajo de una americana negra. Quedará en evidencia, pero nadie le va a enviar a su casa.
Sin ir más lejos, el otro día el artista Jesús Arrue se puso una kilt escocesa en la inauguración de su exposición de pintura de iconos roqueros y cinéfilos en la sala Wayco. Nadie pensó que con su actitud estaba denigrando el noble arte de la pintura.
Esta semana han pasado otras cosas, como la ampliación de la zapatería Tuilus en la Galería Jorge Juan, una firma que diseña en Valencia y produce en Alicante y tiene unos zuecos y botines de lo más estilosos que te puedas encontrar y encima cómodos y con un precio ajustado. Pero entenderéis que el notición de la JCF haya eclipsado cualquier otro acontecimiento. Ya os contaré.
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