lunes, 11 de febrero de 2013

La austeridad cambio el frasco, no el perfume

¿Alguna vez te ha pasado que has tenido que ir a una cita o una fiesta con un vestido que ni fu ni fa porque no te llegaba para el que tú querías?, ¿te has puesto una y mil veces delante del espejo de tu habitación, con la puerta cerrada y has tratado de convencerte de que no estás tan mal? Sales de la habitación y en la primera mirada de tu chico detectas que él piensa lo mismo que tú, pero sonríe y te dice que estás monísima. Probablemente él lo dice de verdad porque a sus cuarenta y muchos todavía no distingue un cashmere de un acrílico, pero tú crees que miente piadosamente. Te sientas en el coche y quieres que la fiesta acabe cuanto antes, para volver a casa a enfundarte en tu pijama y perder de vista lo que llevas puesto.


Pues más o menos esa era la sensación de decepción que se vivía en al entrar en el palacio de la Exposición durante la última edición de la Valencia Fashion Week. Allí estábamos los de siempre, sonriéndonos como siempre y haciéndonos las mismas preguntas triviales de siempre: ¿qué tal?, ¿cómo vas?, ¡que mona te veo!... Mirabas a tu alrededor y sentías la crisis circular por tu venas. No había gente Vip y glamurosa del mundo de Jorge Javier Vázquez, tampoco docenas de coches oficiales ni ejércitos de cámaras de televisión. Todo eso se ha ido en cuanto ha menguado el presupuesto: ¡valientes y fieles amigos de la moda valenciana, que nos han abandonado en cuanto no les podemos llenar los bolsillos!

Las que no fallaron fueron las incombustibles hermanas Fitera que se toman muy en serio lo de ir a un desfile y llevan unos vestidos ideales, uno distinto para cada día. También se dejó ver Jesús Mariñas.

Por lo demás, arriba, en la pasarela, si cerrabas los ojos a lo que giraba a tu alrededor, la verdad es que no había gran diferencia con ediciones anteriores. Vamos que ha cambiado el frasco, no el perfume. Hubo desfiles buenos como el de Javier Villajos, elegante pero con ese punto gamberro, vistiendo a sus chicas yeyé con lanas tejidas a mano, brocados de seda natural, creps, tules, pedrerías y lentejuelas. Pepe Botella con sus vestidos joya y sus novias entubadas; Amparo Chordá, una clásica de la buena costura valenciana, Juan Andrés Mompó, que lleva años vistiendo de gala a la burguesía valenciana. Sin estar en el cartel se notó la presencia de Antonio Beltrán, un zapatero de Petrer, que vistió los pies de las modelos de Chordá y Botella.

Entre los más jóvenes destacó el trabajo de Miguel Vizcaino y Aurelia Gil. Y entre lo más rompedor, Anillarte, una firma muy vanguardista que viste a las modelos con pantalones de latex de estética sadomaso y con tops de una malla confeccionada con piezas metálicas. Lo de esta diseñadora recordaba mucho al Paco Rabanne de los setenta, con sus propuestas futuristas.

Al final, como siempre en esta pasarela, hubo mucho de todo, un totum revolutum: clásico, vanguardista, novia, fiesta, costura… y dos huevos fritos. Y quizás sea precisamente esa variedad la que impide a la Valencia Fashion Week hacerse un hueco en el mercado de las pasarelas: “un producto para todos es un producto para nadie”, decía un viejo profesor de marketing. Probablemente haya que reinventarse para encontrar ese hueco en el competitivo mundo de la moda, habrá que especializarse en algo.