Me llamareis sexista, machista o lo que os dé la gana, pero nunca he entendido a las mujeres que les gusta el fútbol y el jueves por la noche me autoafirmé en mi teoría. Por primera vez en mi ya aquilatada vida ví más treinta minutos de partido. Cuando por fin entendí porqué necesitábamos meter tres goles para ganar, siempre que los sevillanos no metiesen ninguno, va y me emociono. Aquello estaba ganado y yo, sentada en mi sofá, confieso que emocionada. Entonces va y ¡zaca!, nos cuelan ese gol que nos hunde en la miseria. Tres días después todavía me viene a la cabeza el desengaño. Fue como si llevaras tres meses reuniendo el dinero para comprarte un vestido; cuando por fin lo tienes, te vas a la tienda, por el camino se te ocurre parar a tomar un café y disfrutar de la apreciada tarde. Ya entras en la tienda, tus nervios a flor de piel, el vestido es tuyo, vas a estar monísima, tus amigas van a chinchar de envidia y tu ya te ves paseando por la Plaza del Patriarca levantando miradas de admiración. De pronto, sale la chica y te dice: No, no nos queda tu talla, acaba de llevársela una señora hace cinco minutos. Maldición, a qué mala hora me paré a tomar el café.
La diferencia entre ellos y nosotras es que un golpe emocional como esos a nosotras nos dura una semana y puede traer consigo algún que otro mar de lágrimas. Ellos lo arreglan con cuatro risotadas y un par de cervezas con sus amigachos, y alé, ya están preparados para el próximo partido. Mientras que nosotras necesitamos medio año para recuperar las ganas de salir de compras.
Así es que dejemos el fútbol para los y las futboleras y vayamos a lo nuestro que es la primavera, las terrazas, las flores, las tiendas… vamos, cosas emocionalmente menos agresivas, que nuestros corazones no están para esos sobresaltos. Por ejemplo, el próximo día que haya partido, nosotras nos vamos a dar un paseo por la plaza del Patriarca, que está de lo más mona con una floristería que han abierto en la calle Soledad. El Mercado de Colón no tiene rival como punto de encuentro para la tarde de compras, pero pero la Plaza del Patriarca y sus alrededores tiene un encanto y un aire parisién que mola mogollón para las tardes en las que no apetece el bullicio. Es como más estilosa, más noble. Allí, en un callejoncito peatonal que se llama Soledad, acaba de abrir una de las floristerías más coquetas de Valencia, la de
Daniel Fombuena.
Pasas por la puerta y te parece que estás en París al ver los maceteros con hortensias de color fresa. Justo al lado, está Il Baco da Seta, la tienda de ropa de la italiana
Lila Albanozzo, recién reformada, el lugar al que acuden las mujeres que buscan un fondo de armario con sello italiano: Fabiana Lippi, TwinSet, Es’givien… Lila lleva muchos años en el negocio de la moda, como Susana Camarasa, que acaba de trasladar su tienda Abito de la calle Comedias a la Gran Vía Marqués del Turia, donde estaba GV20. Susana tiene ropa de firmas muy estilosas -Essentiel, Antik Batik, Lebor Gabala, TCN, Notify- y también una pequeña selección de la gallega Masscob, con unos vestidos, shorts y blusones ideales.
Alejandra Montaner también tiene Antik Batik y Masscob en su tienda, y además como las piezas no suelen coincidir, puedes ir de una tienda a otra hasta encontrar lo que te gusta.
Un día primaveral de tiendas y callejeo por Valencia sólo puede terminar en una terraza.
La del Westin está monísima, con una exposición de esculturas en forma de ositos de gominola del artista deEmo. Y el jueves se inauguró la de L’Umbracle, más de 4.0000 invitados, entre ellos el presidente de la Fundación Conexus,
Manuel Broseta, la escritora
Marta Querol, Caco Monsell, Alvaro Tomás, Fernando Aliño, los arquitectos
Jacobo Ríos y
Ramón Esteve, con la redactora jefa de moda de Telva, Maite Sebastiá, que la semana que viene se va a Australia a entrevistar a la top Miranda Kerr, imagen de Swarovski, ¡que envidia me da!
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