La salud
económica de un país podría calibrarse por el boato que se le da a los
banquetes de la Primera Comunión. Cuando las cosas van viento popa, verbigracia
los años en los que las tarjetas de crédito rezumaban por las costuras de
nuestros bolsos, las comuniones rivalizaban con las bodas: menús de sesenta o
setenta euros y varias docenas de invitados. Ibas andando por la calle y en
cuanto te descuidabas, te cruzabas con una amiga que no veías desde que tenías
novio y ¡pataplán!, te invitaba a la Comunión de su hijo. Por supuesto, se
celebraba en último hotel de lujo que se había inaugurado para dar cobijo a los
dueños de los megayates que se esperaban para la Copa América. Y allá que te
ibas tú, a consultar el saldo de cada una de tus tropocientas tarjetas, a ver
si rascando un poco de cada una, equipabas a la familia para el evento.
De ahí
pasamos a la celebración familiar: poquita cosa, una paella y poco más, que el
niño no crea que el dinero llueve del cielo. Te enterabas de que el hijo de tu
mejor amiga había tomado la Comunión quince días después: “(…) Hicimos una cosa
muy para los de casa porque no nos apetecía todo el rollo ese del hotel”. Y tú
asentías con la cabeza y pensabas, ¡uff!, de la que me he librado; si ésta me
llega a invitar, me quedo sin peluquería tres meses.
Ahora
estamos en un término medio: menús aseados y una lista de invitados muy
ajustada. Vamos, lo de toda la vida, lo que nos hicieron a nosotras allá por
los años setenta y ochenta.
Lo que no ha
cambiado prácticamente nada es el equipamiento familiar: traje de comunión para
los niños, vestido de cóctel para la mamá, el papá se pone el mismo traje azul
marino de la comunión del mayor y los niños cada uno de un estilo, que ya no se
lleva que vayan perfectamente conjuntados.
De moda
infantil sabe un rato José Vivó, que
acaba de trasladar su tienda de niños Cristina al número 11 de la calle Sorní.
La tienda es una monada, con ladrillo cara vista, enormes escaparates de
cristal y un montón de luz natural. Jose fue de los primeros que trajo a
Valencia firmas que rompían con la tradición de vestir a los bebés de azul y
rosa pastel o llenar a las niñas de flores Liberty. En Cristina hay camisetas
roqueras, vestidos hippies y pantalones surferos, mochilas de piel con flecos y
firmas tan chulas como Stella McCartney
Kids, Finder in the nose, Maison Scotch o Bellerose, que arrasa en
Centroeuropa. Además, el propio Jose diseña una colección de ropa de ceremonia
que huye del típico vestido de comunión pero sin llegar a romper con la
tradición. Que vayan monas pero sin excesos.
La que más
y la que menos, este mes tiene alguna comunión o boda y eso los diseñadores lo
saben. Bárbara Torrijos organizó el
viernes un desfile en el Mercado de Colón con toda su colección de primavera:
vestidos de cóctel, faldas lápiz, pantalones palazzo de gasa (de esos que
parecen faldas pero son pantalón), estampados y color, mucho color.
Las joyas
del desfile, de Argimiro Aguilar,
fueron piezas muy veraniegas en plata con piedras swarovski moradas, rosas y azules.
Esta temporada hay que huir de los grises, chicas. Para muestra, el último
escaparate de Lourdes López en
Patos: dos vestidos de Azzedine Alaia,
uno verde y otro rojo, combinados con bolsos en contraste rojo y verde, ¡una
pasada!
Para
escaparates, los que montaba Enrique
Lodares cuando tenía la tienda en Marqués de Dos Aguas. Lástima que ya no podamos
ver sus vestidos de cóctel, aunque sus clientas lo siguen fielmente en el
taller de la calle La Paz. Esta semana recibió el premio Aguja Brillante del
Gremio de Sastres y Modistas con una cena de gala en el Ateneo Mercantil. Allí
estuvo su presidenta, Carmen de Rosa,
el presidente de los sastres y modistas, Fran
Tochena, y mucha gente del gremio felicitándole.
No hay comentarios:
Publicar un comentario