La vida es una colección de sueños. Son ellos quienes nos mantienen despiertos, quienes nos levantan cada mañana para afrontar el día. Morimos un poco con cada sueño que perdemos, y nuestra vida acaba cuando los perdemos todos. Puede que entonces sigamos respirando, pero ya no estaremos vivos.
La mayoría de los sueños son efímeros, los tienes una temporada, quizás sólo unas horas. Luego los pierdes, bien porque los haces realidad, bien porque los abandonas. Son sueños mundanos y habitualmente egoístas que tienen un recorrido muy corto. Sueñas con un viaje durante meses, lo vives en tu imaginación y un día lo haces. Cuando estás allí sientes que tu vida se ha empobrecido porque has perdido un sueño, tendrás que reponerlo.
Lo difícil es mantener uno toda la vida. Ese es patrimonio de líderes: gente que contagia su ilusión a los demás implicándoles en su proyecto y consigue que le sigan. Ahí se encuentran las grandes personas, los que sueñan con un mundo mejor, entre ellos los auténticos empresarios que son quienes anteponen el bien de su gente y de la sociedad a la que sirven a los cantos de sirena del dinero rápido y fácil. De esos aún quedan unos cuantos, entre ellos Enrique Duart.
Hace cincuenta años, la gente dormía sobre esos colchones de lana en los que los que el durmiente más delgado acababa encima del otro, no porque buscase su cariño, sino porque el peso generaba una especie agujero negro que atraía todo lo que había a su alrededor. Había que acabar con aquello y Enrique, que entonces era un chaval de veinte años se encerró en una habitación de su casa de Benifaió para hacer un colchón con picadura de espuma.
El viernes, aquel chaval que ahora tiene setenta años y la misma vitalidad de entonces alimentada por un sueño que sigue vivo, celebró el cincuenta aniversario de su empresa: colchones Dupen. Un empresón que factura cincuenta millones de euros al año y da trabajo directo a más de doscientas cincuenta personas.
La fiesta se hizo en la Cartuja del Puig; Enrique Duart recibió el homenaje que se merecen los grandes soñadores, es decir una sobredosis de emociones, que es de lo que están hechos los sueños. Su gente, su familia, sus amigos, sus trabajadores, proveedores y clientes le acompañaron entre lágrimas, aplausos y abrazos. Allí, sentada entre el público una sentía ganas de volver a nacer para armarse con un sueño como el de Enrique y que un día, ya mayor, los tuyos te hiciesen un homenaje como ese. ¡Jo pe, por qué a los dieciocho años en vez de soñar con una Vespa, no soñaría yo con fabricar colchones!
Los anfitriones, Enrique Duart y Mª José García con sus hijos Mónica, Mª José y Enrique, estuvieron muy pendientes de los invitados, entre ellos Alfredo Esteve, Vicente Calatayud, Teresa Arcos, Javier Monedero con Rosa Sanchis, Vicente Guerrero, Francisco Quiles, Pepe Máñez, Miguel Angel Lozano, Daniel Moragues, Jarr, Josep Lozano, Ximo Rovira, Josep Magraner, el columnista de El Mundo Fernando Ferrando, Angela Valero y Juan Llorens, Angela Plá y Joan Lagardera, Miguel Angel Tobías, Lluís Nadal y Ana Ramírez, Amparo Mortes con Vicente Lacomba, el director del Astoria Joan Soldevila, Marisa Marín, la diseñadora Amparo Chordá, que vistió a las mujeres de la familia Duart, Mari Carmen Rovira, Salvador Galdón, Marta Ortiz, Mayrén Beneyto o el arquitecto Hugo Navarro.
Hubo música de cuarteto de cuerda, una exposición con la trayectoria de la firma, un cóctel servido por Gourmet, tarta de cumpleaños (Enrique Duart cumplía ese día 70 años) y discursos en los que ya a nadie importaba la forma y menos que a nadie a Enrique, porque lo importante era el fondo, el sueño que nunca se desvanecerá.
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