Las grandes fortunas del mundo, los más ricos de entre los
ricos, están librando una guerra su cuartel. Luchan entre ellos, no por el
dinero ni el poder, sino por nosotras. Quieren seducirnos, engatusarnos,
enamorarnos. Andan pendientes de cualquier movimiento de su adversario, no vaya
a ser que tome la delantera. Y ahí están todos, con sus grandes cochazos, sus
megayates y aviones privados, perdiendo el sueño por si a nosotras nos gustarán
los zapatos con el tacón un poco más alto o medio centímetro más grueso. ¡Ja!,
es fantástico, te pones tú toda mona delante del espejo, das un par de giros a
tu cintura, y te quedas ahí, mirándote a ti misma por encima del hombro y
piensas: hete aquí la razón de los desvelos de Amancio Ortega e Isak Andic.
Vista así, nuestra sufrida vida de compradoras compulsivas
tiene más gracia. Ya estás lista para salir a Cirilo Amorós con cara de jefa:
aquí la que mandas eres tú. Como dice Juan
Roig, el jefe es el cliente; ergo tú eres la jefa.
La calle Colón es estos días una muestra de la batalla por
ganarse nuestro cariño. Amancio Ortega se ha quedado con el local que ocupaban
Cortefiel y Hoss Intropía, frente al Corte Inglés, y va a abrir un megatiendón,
lo que ellos llaman una flagship store, un buque insignia, un espacio en el que
no se regatean materiales nobles para que el producto luzca como en las tiendas
de Prada o Gucci.
Será la tienda mimada de Amancio Ortega en Valencia, aunque
no es la única que tiene en la ciudad. Colón está llena de sus marcas: Bershka,
Zara, Oysho o Pull and Bear, compiten a muerte con H&M y Mango.
Dice AlejandraMontaner que las tiendas low-cost trabajan muy bien el visual merchandising,
dominan la compra rápida, “es como el fast
food, te apetece llevártelo, es la compra en caliente. Las pequeñas firmas lo
tienen muy difícil para competir y se tienen que buscar la vida porque apenas
quedan tiendas multimarca a las que vender, de ahí que abran sus propios puntos
de venta, es lo que ha pasado con las firmas francesas como Maje o Sandro”.
Si el low-cost está dominado por dos o tres empresarios, con
el lujo pasa algo parecido. Bernard
Arnault, del grupo LVMH, tiene entre sus firmas a Loewe, Vuitton, Celine,
Pucci, Dior y Marc Jacobs. Vamos, que controla la mitad de Poeta Querol. La
otra mitad es de François-Henri Pinault,
con firmas como Gucci, Balenciaga, Yves Saint Laurent, Balenciaga y Stella
McCartney. Quedan algunas independientes, como Prada o Dolce Gabbana, y el
resto se lo reparten entre los dos gigantes. A ellos les compramos los
perfumes, laca de uñas, gafas de sol…
Entre los que dominan el low cost y los que dominan el lujo,
apenas queda sitio para los del medio. Las francesas Sandro, Maje y Claudie
Pierlot, Zadig et Voltaire, Comptoir des Cotonniers, Ba&sh y American
Vintange han conquistado parte del ensanche con su estilo parisino, coqueto y
roquero. Aun así, los italianos siguen haciéndonos suspirar por sus zapatos y
bolsos.
Lila Albanozzo,
de Il baco da seta, cree que Italia sigue siendo muy potente, entre otras cosas
porque la moda francesa está diseñada para una mujer joven y muy delgada, con
un físico más andrógino que la italiana. “Además, los italianos cuidan la
calidad del tejido, en eso son imbatibles, tienen mucha experiencia y un
patronaje y un saber hacer exquisito.”
Lo mismo opina Lourdes
Verdeguer, de Patos. “Francia le ha cogido terreno a Italia en moda pronta,
pero en el segmento medio alto Italia sigue siendo fuerte, tanto en creatividad
como en producción. En Italia están los grandes fabricantes. Las colecciones de
Alaïa y los bolsos de Chloé y Chanel se producen en Italia. Si las marcas
francesas producen en Italia, será por algo”.
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