lunes, 24 de agosto de 2015

Sociología de un náutico

Los clubs náuticos son un microcosmos en el bullicio veraniego de la Marina que dan para el típico análisis sociológico de tumbona, toalla y gintonic. Aquí convive el hombre mayor que toda la vida ha estado pescando y que sale con su barquito a ver si pilla algún llobarro, con la jovencita pareja del ricachón ruso sesentón que lleva puesto encima siete veces lo que vale la barca del pescador. Tienen su punto glamouroso y refinado, aunque no faltan las extravagancias propias de los nuevos ricos, con barcos ostentosos en los que sus dueños no acaban de encontrarse. Luego están los náuticos de toda la vida. Estos son más de navegar a vela y se pasan el día hablando de vientos, de cabos y de ceñidas. Visten zapato náutico, polo blanco, bermuditas y gorra marinera con un toque hippy, barbita de dos días y un cierto desaliño. Y admitámoslo, chicas, en este mundo de la náutica nuestro papel es más de figurín que de patrón. Que no se enfade nadie, seguro que tú eres una experta en navegar con el viento de popa, pero la inmensa mayoría de nosotras creemos que el llebeig es la traducción de “ya veo” al valencià normalitzat. Lo nuestro es tomar posesión de una tumbona, en un chiringuito con música chill-out y analizar sociológicamente el entorno, que es la forma fina de definir lo que siempre se ha llamado cotilleo. Por lo demás, ir de náutico en náutico es una buena forma de conocer la marina.
La ruta empieza en Denia, en El Portet: restaurantes, sitios de copas con Möet, música relajante y aquí te tiras el día haciendo lo que quería Zapatero en su retiro, controlar cómo las nubes atraviesan el Montgo. El siguiente puerto en nuestra ruta marinera es Xàbia. Antes de salir, los hombres, y alguna que otra mujer no se vaya a enfadar ninguna, debaten sobre el momento propicio para hacerse al mar porque han convertido el Cabo de San Antonio en su particular Cabo de Hornos, toda una heroicidad que requiere cierta pericia. Mientras nosotras, la mayoría que no todas, pensamos en qué atuendo es el adecuado para combinar la travesía con el desembarco en Xàbia, porque a ver, que alguien me explique qué zapatos te pones para no hacer el patán en la cubierta del barco y al mismo tiempo estar mona en La Siesta, el chiringuito más chic de Xàbia. Nuestro siguiente destino es Moraira ¿A quién te encuentras allí? Pues imagínate que coges la urbanización Santa Bárbara de Valencia con un helicóptero y la dejas caer en el Cabo de la Nao, allí están todos. Conforme vamos bajando al sur aumenta el calor y el número de extranjeros, sobre todo ingleses, alemanes, franceses, nórdicos y rusos, cuya presencia nunca pasa desapercibida, y menos en este mundo de la náutica porque estos rusos se gastan unos barcos que solo para salir del puerto han chupado más gasolina que un Mini en treinta años. Más al sur nos quedan Calpe y Altea. Aumenta aún más el calor y el bullicio, sobre todo en Calpe.
Elsa Martínez, que se ha criado aquí, me pasa unas cuantas direcciones chic para cuando tu chico haya amarrado el barco y deje de pedirte a gritos que le pases el muerto, que resulta que es una cuerda que hay que amarrar al barco ¡y tu pensando en lo peor! Bueno, a lo que íbamos: para empezar, un desayuno en la terraza del Hostal Terra de Mar, con unas vistas increíbles desde el casco histórico de Calpe; después un paseo por la zona y alguna comprita en la tienda Ibiza o las que tengan más presupuesto en Pau. Para comer, Audrey’s, súper estiloso y lo último de chef de la zona, Rafa Soler. Al atardecer, una caminata por el Peñón de Ifach, un baño en cala de la Fossa y de premio un gin tonic en la Champagneria del hotel Solimar.

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