El maridaje es la unión íntima o armoniosa de dos cosas
entre sí. Desde hace algún tiempo se habla mucho de maridajes porque los han
puesto de moda los aficionados al vino. Se juntan con un buen montón de
botellas y otros tantos platos. Y así pasan la tarde, o la noche, dale que te
pego: que si este espumoso marida bien con el queso, que si este blanco le va
que ni pintado a las gambas de Denia, que si el tinto, que si el dulce.
Cuando vas por la quinta combinación de vinos empiezas a
echar a volar tu imaginación. Estaría bien maridar ciertas relaciones
personales para adaptarlas a las circunstancias. Y así, por ejemplo, ir
cambiando de cuñada según sean las circunstancias: para nochebuena, la quiero
alegre y chistosa; para cuidar a mis hijos, hogareña y con un toque de
autoridad; para ir de compras, cambiar por una amiga; para poner a escurrir al
resto de mis cuñados la quiero como es.
A la décima cata, la imaginación se desboca, y mientras
escuchas de fondo la voz del enólogo de turno hablándote de retro paladar, tu
cabeza está en otras cosas: maridaje…, marido… ¡qué idea!, ¿y si pudiésemos
adaptar al marido a cada situación?: uno para traer dinero a casa, otro para
animarte a gastarlo, uno para que te cuide cuando te duele la cabeza, otro para
ir a la tutoría del colegio del niño, otro para acompañarte a la ópera, y otro
para una semana en Ibiza. Uff, vamos a dejarlo estar, que nos traigan un café que esto se nos va de madre y ni la más
díscola de las antiguas alumnas del colegio de monjas donde crecimos está en
disposición de asumir semejante despropósito.
Esta semana, la bodega Enate, de Somontano, organizó una
cata de vino maridada con un menú del cocinero Sergio Giraldo en un restaurante
de la Marina. La comida empezó con un rosado acompañado de un tartar de atún;
siguió con un blanco de aroma floral, perfecto para el ceviche; después, un
tinto reserva para el steak de vaca vieja y luego otra vez blanco para
acompañar a un plato de mollejas y gamba roja. “El chardonay tiene notas a
frutas tropicales y piña”, decía Oscar Valle, el encargado de explicar la cata.
Pero a esas alturas de la comida, después de cuatro copas de vino, una ya no
sabía si el vino tenía aromas a regaliz, flores o piña tropical. Y todavía
quedaban seis platos con sus vinos.
A la comida fue Mónica Duart, que contó que estaba
preparando la fiesta del setenta cumpleaños de su madre; Ana García Rivera, del
Club Moddos, con un nuevo corte de pelo a lo garçón que le queda de lo más
mono; También el sastre Antonio Puebla, un gentlement con pañuelo de lino
estampado en la solapa. El hijo de Mayrén Beneyto, Alfonso Manglano, fue con su
mujer Eva Marcellán y con un matrimonio de Hong-Kong, que debieron pensar que
aquí en Valencia tenemos una curiosa forma de celebrar comidas. Y Angeles
Casanova, con el ecijano Bruno Martín, una de las parejas que mejor vive del
mundo mundial. No sólo no se pierden ni una sola cena ni un concierto. Es que
en cuanto te descuidas se van con su moto de fin de semana a Ibiza o con un
todo terreno acondicionado con techo elevable con el que se meten en los sitios
más recónditos e indómitos.
A la comida también fue María Dolores Enguix con su
marido Marcelo Soto, el crítico gastronómico de Provincias Pedro García
Mocholí, Pilar Genovés, Javier Monedero, Jordi Bruixola, Andrea Vilafañe, Nacho
Tello y Frank Esquiu, además de uno de los fundadores de la bodega, Jesús Sesé.
La semana ha dado para más saraos. El martes, la asociación
valenciana de Dj’s entregó unos premios en la sede de la SGAE. Allí estaban
algunos de los DJ míticos de la época dorada de la música valenciana. José
Conca (Chocolate), Fran Lenaers (Spook), Arturo Roger (ACTV) y Carlos Simó,
también de Barraca. Los premios sirvieron para recordar una época que nada
tiene que envidiar a la movida madrileña. Ellos presumen mucho y lo han sabido
vender, pero aquí éramos muy buenos y venían DJ´s de Londres a escuchar lo que
pinchábamos. Sólo nos falta creérnoslo.