sábado, 19 de febrero de 2011

Noche de San Valetín en el Casino

Propongo plan de San Valentín para cuarentañeras casadas y con hijos que ya no se ven cenando acarameladas con su Pepe en una pizzería, como cuando tenían quince años, ni en el restaurante de un hotel, como cuando tenían veintitantos.

Cena en el restaurante del Casino de Valencia, con platos de nombres tan sugerentes como “mimos de macadamia en témpura de coco”, “caricias de bacalao con crujiente de picardías de patata” o sopa caliente de chocolate, jóvenes nardos y melón cantalup”.

Allí que te vas con tu Pepe, que se pondrá contento con eso de ir a jugar a las cartas. Cenas sin necesidad de hacer manitas ni llamarle “cuchifrito” al pobre hombre, y liberada de la posibilidad de que él te retire el pelo de los ojos y te mire con ojos tiernos mientras te da un besito y te dice “mi cosita bonita”. Todo eso quedó atrás hace ya veinte años, así es que ahora lo suyo es un plan ocurrente en un entorno distinto al habitual; y para eso, el Casino es ideal.

Además, tu Pepe, que en estos años ha afinado el paladar, agradecerá la cocina de Rafa Morales, un chef que viene nada menos que de la Hacienda Benazuza, del Bulli; se relajará cuando vea el buen servicio del restaurante; porque hay que ver este hombre cómo se pone desde hace años cada vez que no le atienden como él cree que deben hacerlo.

La visita al Casino vale la pena aunque sólo sea para ver la decoración y el interiorismo de Nacho Moscardó, las sillas de Philippe Starck, las butacas Nube y las modernas mesas de póker. Todo muy lejos de la imagen que guardamos muchos en la imaginación de un sitio enmoquetado y con un ambiente tenso en el que un puñado de ricos elegantes pierden sus fortunas y luego lloran su culpa apoyados en las columnas.

Hubo un tiempo, durante los años 80, que el casino fue el centro de la vida social Valenciana, ahí estaban las fiestas en Monte Picayo que atraían hasta la yet set madrileña. Pero tras los juegos olímpicos del 92, los clubs deportivos –golf, tenis, náuticos..- sustituyeron al casino como centro de ocio de la gente bien.

Ahora, los casinos, como todo, se han popularizado y este recuerda mucho a Las Vegas: mucha luz y gente divirtiéndose sin caras largas ni apesadumbradas. Y es que España ya no es lo que era y el tradicional rechazo social al juego se está diluyendo.

En fin, después de cenar, como ya no procede ir a hacerse mimitos al coche, como antaño, y aún menos pasar a mayores en la habitación del hotel, os vais los dos a jugaros cuatro perras en la ruleta o en el Blak Jack. Y como esto del juego sigue siendo más cosa de hombres, lo normal es que si perdéis algo, él pierda más que tú, lo cual te permite enjuagar tu sentimiento de culpa por el último chaquetón que acabas de estrenar sin que tu Pepe se haya dado ni cuenta.
Que ellos juegan más que nosotras es un dato, de hecho casi dos terceras partes del público del Casino son hombres. Dicen, entre otros Punset, que el hombre es el único animal sigue jugando cuando es adulto, y que eso se debe a que el juego “es un momento placentero donde no existe el riesgo, o por lo menos no debería existir. A todos nos gusta jugar, ponernos en situaciones atípicas que nos saquen de nuestra realidad y de nuestra rutina. Es algo innato, un instinto que nos permite desarrollar la imaginación, compartir experiencias y además adquirir una serie de habilidades sociales.”

Siguiendo con esa comida de tarro, la explicación de porqué los hombres juegan más que las mujeres, sería porque cuando vivíamos en cuevas, nosotras nos quedábamos cuidando a la prole y ellos salían a buscar comida y a relacionarse con los demás. Y claro está, como ellos, los pobrecitos son más lentos a la hora de evolucionar, pues ahí siguen, jugando todo el día al fútbol, al tenis, al póker…

El caso es que al final, tu Pepe y tú os lo habéis pasado genial y os volvéis los dos a casa con la ilusión renovada al ver que todavía hoy sois capaces de pasarlo bien los dos juntos. ¡Feliz San Valentín, cielito!

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