La discreción unida a la falta de dinero es un cóctel
explosivo para el glamour. Por eso, este verano Xabia está más aburrida que la
sala de espera de un dentista. No hay dinero y el poco que hay se esconde para
no llamar la atención. La verdad es que debe de ser una faena eso de tener
pasta a raudales y no poder gastártela porque la gente dirá que estás
provocando. ¡Qué faena!, imagínate que te toca una loto, tienes dinero para
arrasar con la última colección de Prada, vas a Chapeau, cargas con veinticinco
bolsas, llegas a tu casa, te lo pruebas todo, te ves de lo más mona, y cuando
el viernes quedas a cenar, tú misma te das cuenta de que no puedes plantarte de
esa guisa en la fiesta de turno porque dirán que eres una pija derrochona y
acabarán haciéndote el vacío. Así es que dejas todo eso en el armario y acabas
saliendo con tus clásicas bermuditas de Massimo Dutti.
Pues en esas estamos; por un lado mucho rico venido a menos,
que ha colgado el cartel de se vende y se pasa la tarde mirando al móvil a la
espera de la deseada llamada; por el otro mucho político valenciano dejándose
ver lo menos posible y entre unos y otros, las familias bien de toda la vida,
conocidos en la zona como los osea,
haciendo la vida que han hecho siempre: mucha casa, mucho barco y de vez en
cuando alguna cena, pero sin abusar, que la gente bien de verdad siempre ha
sido discreta. Gente como de aquí, de siempre, son empresarios como Salvador
Vila, Vicente Lacomba, Juan Noguera, Juan Carlos Gómez-Pantoja, el notario
Carlos Pascual, los Casanova, los Ballester, políticos como Máximo Buch, Mayrén Beneyto, Rita Barberá o el ministro Garcia-Margallo.
Todos ellos, casi tan discretos como el Duque de Huéscar, que ha pasados unos días en Javea y sólo se le ha
visto cenando en Veleta, un chiringuito que está cerca del Parador.
Ha sido casi tan discreto como François Hollande, que eligió Javea para descansar después de ganar
las elecciones francesas y sólo se enteraron de su presencia su pareja, la
periodista Valerie Trierweiler, y el servicio secreto francés. La flamante
primera dama y el Presidente de Francia cenaron dos noches en Piri-piri, un
restaurante con vistas a la Bahía de Javea.
La valencianía está de capa caída. El poder valenciano,
aquel que antaño decidía los destinos de esta Comunidad e influía en los del
país, está desaparecido. Hubo años en los que durante el verano, su epicentro
estaba en La Marina, en Benidorm, en Altea, en alguna cala recóndita de Calpe o
en el mismo Javea.
Ahora ya no hay epicentro de nada: ni político, ni
empresarial ni muchísimo menos financiero. Así es que, desde el punto de vista
del poderío valenciano, La Marina está en uno de sus momentos bajos. Quizás
haya que decirle a los valencianos lo que algún miembro del gobierno de España
dice a los españoles: no fuimos tan buenos cuando nos creímos buenos, ni somos
tan malos cuando nos creemos malos.
A muchos kilómetros de aquí, en tierras gallegas, la
interiorista Verónica Montijano (la dueña de VM the shop) organizó esta semana
una cena valenciana. En Novavila, un hotelito con encanto que su marido José LuísVilanova tiene en las Rías Baixas, el crítico gastronómico Pedro García Mocholí preparó una fideua para lo más granado de la
sociedad pontevedresa. No es moco de pavo porque por esa casa pasa gente de lo
más ilustre y Verónica está convirtiéndola en una pequeña embajada de Valencia
en la tierra que vio crecer a Mariano Rajoy. Dentro de unos días irá por allí Vicente Boluda, invitado por José Luís,
que es presidente de la Federación de Empresarios de la zona, a un encuentro
con empresarios gallegos.