lunes, 20 de agosto de 2012

De capa caída


La discreción unida a la falta de dinero es un cóctel explosivo para el glamour. Por eso, este verano Xabia está más aburrida que la sala de espera de un dentista. No hay dinero y el poco que hay se esconde para no llamar la atención. La verdad es que debe de ser una faena eso de tener pasta a raudales y no poder gastártela porque la gente dirá que estás provocando. ¡Qué faena!, imagínate que te toca una loto, tienes dinero para arrasar con la última colección de Prada, vas a Chapeau, cargas con veinticinco bolsas, llegas a tu casa, te lo pruebas todo, te ves de lo más mona, y cuando el viernes quedas a cenar, tú misma te das cuenta de que no puedes plantarte de esa guisa en la fiesta de turno porque dirán que eres una pija derrochona y acabarán haciéndote el vacío. Así es que dejas todo eso en el armario y acabas saliendo con tus clásicas bermuditas de Massimo Dutti.
Pues en esas estamos; por un lado mucho rico venido a menos, que ha colgado el cartel de se vende y se pasa la tarde mirando al móvil a la espera de la deseada llamada; por el otro mucho político valenciano dejándose ver lo menos posible y entre unos y otros, las familias bien de toda la vida, conocidos en la zona como los osea, haciendo la vida que han hecho siempre: mucha casa, mucho barco y de vez en cuando alguna cena, pero sin abusar, que la gente bien de verdad siempre ha sido discreta. Gente como de aquí, de siempre, son empresarios como Salvador Vila, Vicente Lacomba, Juan Noguera, Juan Carlos Gómez-Pantoja, el notario Carlos Pascual, los Casanova, los Ballester, políticos como Máximo Buch, Mayrén Beneyto, Rita Barberá o el ministro Garcia-Margallo.
Todos ellos, casi tan discretos como el Duque de Huéscar, que ha pasados unos días en Javea y sólo se le ha visto cenando en Veleta, un chiringuito que está cerca del Parador.
Ha sido casi tan discreto como François Hollande, que eligió Javea para descansar después de ganar las elecciones francesas y sólo se enteraron de su presencia su pareja, la periodista Valerie Trierweiler, y el servicio secreto francés. La flamante primera dama y el Presidente de Francia cenaron dos noches en Piri-piri, un restaurante con vistas a la Bahía de Javea.
La valencianía está de capa caída. El poder valenciano, aquel que antaño decidía los destinos de esta Comunidad e influía en los del país, está desaparecido. Hubo años en los que durante el verano, su epicentro estaba en La Marina, en Benidorm, en Altea, en alguna cala recóndita de Calpe o en el mismo Javea.
Ahora ya no hay epicentro de nada: ni político, ni empresarial ni muchísimo menos financiero. Así es que, desde el punto de vista del poderío valenciano, La Marina está en uno de sus momentos bajos. Quizás haya que decirle a los valencianos lo que algún miembro del gobierno de España dice a los españoles: no fuimos tan buenos cuando nos creímos buenos, ni somos tan malos cuando nos creemos malos.
A muchos kilómetros de aquí, en tierras gallegas, la interiorista Verónica Montijano (la dueña de VM the shop) organizó esta semana una cena valenciana. En Novavila, un hotelito con encanto que su marido José LuísVilanova tiene en las Rías Baixas, el crítico gastronómico Pedro García Mocholí preparó una fideua para lo más granado de la sociedad pontevedresa. No es moco de pavo porque por esa casa pasa gente de lo más ilustre y Verónica está convirtiéndola en una pequeña embajada de Valencia en la tierra que vio crecer a Mariano Rajoy. Dentro de unos días irá por allí Vicente Boluda, invitado por José Luís, que es presidente de la Federación de Empresarios de la zona, a un encuentro con empresarios gallegos.