La sociedad valenciana y la alicantina son como el agua y el aceite; se tocan, pero no se
mezclan. No lo hacen ni siquiera en verano, cuando buena parte de los niños bien de Valencia
pasan sus vacaciones en la provincia de Alicante, pero ellos no bajan más allá de Calpe o
Moraira, y los alicantinos no suben más allá de Benidorm.
Somos así, qué le vamos a hacer:
nos pasamos el invierno viendo siempre las mismas caras, y cuando llega el verano lo único
que hacemos es cambiar de sitio, pero no de amistades. No es que haya ningún tipo de
animadversión, es simplemente que pasamos los unos de los otros.
El viernes por la noche hubo dos fiestas: una en Altea y otra en Denia. El diseñador alicantino
Pepe Botella presentaba su colección de fiesta y novia en Altea Hills. Entre el público, mucho
ruso y mucho alicantino, pero los valencianos se contaban con los dedos de la mano. A la
misma hora, sólo unos kilómetros más abajo, Fernando Aliño y Carlos Gadea daban una fiesta
de lo más chic en una de esas casas que todas querríamos tener: Casa Santonja. Jardines,
árboles centenarios, estanques, muebles y cuadros antiguos, una torre cubierta de hiedra y
hasta una capilla propia donde tu bisabuelo confesaba sus penas a un cura amigo de la familia.
La casa es una de esas que los ricos alcoyanos construyeron a mediados del siglo XIX y allí,
sentada en el porche, una piensa que se equivocó de lugar y de año de nacimiento, que lo suyo
hubiese sido nacer rica a principios del siglo XX y pasar largos veranos sentada en aquel porche
sin más ocupación que encontrarle un buen partido a tu hija y discutir con el arquitecto cómo
iba a hacer la casa que te estaba construyendo en Cirilo Amorós para ti y tu descendencia.
Un siglo después, buena parte de los biznietos de aquella señora estaban en la misma casa,
tomando gintonics y mojitos, comiendo hamburguesas y bailando a ritmo de Madonna.
Familias de las que veranean toda la vida en Javea y Denia como los Mataix, los Zaragozá,
los Millet, los Cañamás, los Manglano (Alfonso y su hermana Irina), José Luis de Quesada,
el notario Ricardo Montllor, el fiscalista Carlos Romero, Miguel Franco Corell, el doctor José
Mª Ricart con su mujer Carolina Hinojosa, José de Miguel, Nuria Costa… ah, y Marta Pons, la
estilosa mujer de Fernando Aliño.
En fin, habrá que hacer un apartadito para cuando casemos a la niña organizar allí la fiesta.
Mientras tanto, en Altea Hills Pepe Botella enseñaba sus diseños ante un centenar de rusos
que han ocupado buena parte de la urbanización Altea Hills, la urbanización que promovió
Zaplana con los Ballester, los Lladró y Julio Iglesias cuando tenían el sueño de convertir la
Comunidad Valenciana en el Miami Europeo y cuando todavía teníamos un sistema financiero
que permitía hacer estas locuras.
Altea Hills la están tomando los rusos. Lógico, si eres ruso y te has hecho rico abrazando el capitalismo, no tiene mucho sentido que te pases los largos inviernos encerrado en tu casa
de Moscú o San Petersburgo, con aquellas noches gélidas y eternas. Así es que lo mejor que
puedes hacer es comprarte una casa en Altea Hills y pasarte aquí diez meses al año, que por
algo tienes hasta una Iglesia ortodoxa en la puerta por si quieres redimir tus pecados por haber
traicionado los principios marxistas.
Y así, en lugar de pasarte la tarde encerrada en casa tomando vodka, te tomas un mojito en la
piscina del hotel tumbado en una de las chaise longue que tiene el lounge, o te das un baño
con jacuzzi en la terraza de tu habitación mientras ves al fondo el mar y la playa de Benidorm.
Los rusos son geniales, tienen un toque de nuevo rico, pero son divertidos. En realidad son la
envidia de cualquiera de nuestros hombres: conducen unos coches que te pasas, llevan ropa
de marca y tienen unas novias que provocan un incesante babeo entre los machos ibéricos. Lo
siento chicos, ¡las veréis pero no las cataréis!