Las cenas de Navidad pueden costarte una fortuna o poco más que un par de medias. Y no hay relación alguna entre lo invertido y el objetivo alcanzado. Puede que tu cuñada, a la que últimamente le van bien las cosas, tire la casa por la ventana, y arramble con las existencias de la tienda gourmet más chic de Valencia: jamón de recebo, caviar del de verdad, champagne de nombre impronunciable, marisco hasta que te sale por las orejas…. Pero que una vez sentados a la mesa estén todos esperando a que el Rey largue su discurso y empezar a cenar, porque lo que antes se empieza, antes se acaba. Así es que en cuanto se acaba el primer gintonic de ginebra destilada en los fiordos islandeses, combinada con tónica de a siete pavos el botellín y bolitas de extrañas especias cosechadas en las chimbambas, cada uno pone la mejor excusa que le viene a la cabeza y pone pies en polvorosa.
Eso es como todo. A veces te ves más mona con una camiseta de algodón que le has birlado a tu hija, que con lo mejor de tu fondo de armario. Moraleja, el dinero no solo no da la felicidad, sino que tampoco garantiza el éxito.
Viene todo esto a cuento de que el otro día los diseñadores valencianos organizaron un desfile a beneficio de una ONG de ayuda a perros abandonados. Más o menos por las mismas fechas, el diseñador Miquel Suay, en una entrevista, se despachaba a gusto contra la extinta Semana de la Moda Valenciana. Dijo que “una fiesta particular de Valencia sin conversión ni comercialización, ni mejora de la industria. Solamente un espectáculo muy caro que costó más de un millón de euros al año”. Aquello no sirvió para internacionalizar la moda valenciana, ni para impulsar un sector industrial, ni siquiera para crear marcas. Fue sólo un espectáculo, como el de la cuñada rica en la cena de Navidad, propio de nuevos ricos y de políticos pretenciosos con afán de notoriedad.
Una pasarela, a no ser que sea París, no necesita escenarios monumentales ni largas colas de coches oficiales con chófer, ni aún menos centenares de blogueros invitados que sólo servían para que el susodicho se sintiese miembro del mundo de la moda por unas horas.
Prueba de ello fue el desfile benéfico del que os hablaba. Con muy pocos medios, estuvo lo más granado del diseño de moda valenciano: Francis Montesinos, Valentín Herráiz, Miquel Suay, Hortensia Maeso o Dragomir Krasimirov, entre otros.
Hortensia, que hasta ahora sólo diseñaba colecciones de niños, sacó un adelanto de su ropa para jovencitas, tan difíciles de vestir en las ceremonias.
También se atrevió con vestidos de novias muy de su estilo: hippies, románticas y con tejidos naturales.
Montesinos subió a la pasarela a su musa Sara de Antonio y la vistió con una de esas piezas de costura llenas de encaje que el diseñador borda. Y Miquel Suay sacó parte de su última colección de hombre.
Aquel desfile avivó la nostalgia por el glamur perdido. ¡Jo pe!, ¿no hay nadie por ahí capaz de montar una pasarela sin que dispare medio punto nuestro déficit? Molaría ver juntos a Francis Montesinos, Valentín Herráiz, Amparo Chordá, Marta de Diego, Enrique Lodares, Juan Andrés Mompó, Alex Vidal, Presen Rodríguez, Javier Villajos, Alejandro Resta, Juan Vidal, Adrián Salvador y Lucas Zaragosí, de Siemprevivas…
Adrián Salvador acaba de volver de Río de Janeiro y NY, donde ha presentado su nueva colección de bolsos Onesixone, una edición limitada de 161 unidades, con herrajes de la joyera Helena Rohner y las ilustraciones de la artista Vicky Uslé. Los bolsos se producen artesanalmente en Ubrique y el diseño cambiará cada año aunque siempre buscando la proporción, la armonía, la belleza y el equilibrio. ¡Qué bonito!
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