lunes, 29 de junio de 2015

Seda, incienso y té kashmiri

Vicente Gracia viajó hace unos meses a Cachemira, una región de la India perdida entre las montañas del Himalaya, y volvió enamorado de sus tierras fértiles, de los lagos y del misticismo que se respira. “Si hay un sitio donde me perdería es aquí, en el Valle Nigeen Lake, un lugar con una vibración especial”. Cuenta Gracia que los emperadores de la India islámica subían a Cachemira para soportar los calores del verano y allí construían sus jardines basándose en los de la Alhambra. “El imperio Mongol era muy refinado y su corte estaba llena de poetas, astrónomos, matemáticos…” Tanto le ha impactado el viaje, que el joyero ha creado una colección enterita de joyas inspirada en la India. Vicente es así. Hay turistas que vuelven de sus viajes con miles de fotos en los monumentos más famosos y Gracia vuelve con historias y leyendas de esas que te dejan con la boca abierta y sin pestañear. Con razón dice de sí mismo que es un romancer…
La colección completa se podrá ver en su joyería de la calle la Paz hasta finales de julio. Hay pendientes, broches, brazaletes, collares, que mezclan piezas antiguas que Vicente compró al Sultán Singh Backliwal con elementos muy valencianos. Por ejemplo, cúpulas islámicas llenas de flores y rosas talladas de la huerta valenciana en coral, turquesa o lapislázuli. ”Li done el primor valencià a las piezas de cachemir”. Con esta fusión, intenta explicar la vinculación de Valencia con oriente a través del comercio y la Ruta de la Seda. El jueves, el joyero invitó a clientes y amigos a la inauguración y les pidió que llevasen algún detalle de la Ruta de la Seda en el atuendo. El propio Gracia se vistió con un blusón de zaragüell, sombrero andalusí –el clásico sombrero del árabe español que llevan los regulares del ejército español- y unos pantalones jodhpur (los que los adolescentes llaman cagados) con una tela adamascada que le cosió Valentín Herráiz. 
Juana Roig, socia del joyero, llevó un turbante de seda con un broche y un top de seda que dejaba adivinar su embarazo; su madre, Hortensia Herrero, un caftán bordado y su padre, el empresario Juan Roig, un traje chaqueta sobrio sin ningún guiño al motivo de la fiesta, como la mayoría de los hombres. La excepción fue Javier Martínez, con turbante y camisa de seda estampada, y Marc Insanally, del Café de las Horas. Las mujeres se prestaron al juego encantadas. Encarna Roig, de Acosta, llevó un sari negro bordado en oro precioso y Lila Albanozzo, de Il Banco da Seta, una falda larga de seda brocada; también estuvo la diseñadora Marta de Diego con su Socia Pepa Martí, el diseñador Valentín Herráiz, Annick Thebiá, una alta funcionaria de la Unesco afincada en Valencia, y Adela Sánchez Moncada, Cuqui, una señora estupenda que pasó su niñez en el Tánger de los años treinta que retrata el libro El Tiempo entre Costuras y que tiene casi tantas historias que contar como Vicente Gracia. Todos los elementos de la fiesta fueron muy adhoc, desde la música y el perfume de incienso hasta el té kashmiri con anís estrellado, canela y cardamomo servido en copa de cóctel con el que te sentías transportada directamente a Cachemira. Ay cachemira, quien pudiera ir a cachemira.
Mientras buscamos la ruta para poder ir (admitid, bonitas, que no tenéis ni idea de donde está), siempre nos queda la oportunidad de perdernos en las montañas valencianas. Ahí está el alto Palancia. Hija no es cachemira pero tiene su aquel. Allí, en la Sierra de Espadán, se produce uno de los mejores aceites de oliva de una aceituna autóctona, la serrana, la variedad que ha elegido el empresario Vicente Boluda para elaborar su aceite de oliva Fos. Lo presentó el lunes en la terraza del Astoria con una cata y un cóctel donde se sirvieron los vinos de Fos, también de la familia. Allí estuvo Paco Lorente y su mujer Loreto, José Miguel Bielsa, del Hotel Neptuno; Faustino García, de Joselito; Jorge Fernández de la Taberna Alkázar, Pablo Bacete, de Le Blossone, y un montón de gente del mundillo de la gastronomía.

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